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El derecho al voto fue una de las principales reivindicaciones del movimiento feminista nacido a finales del siglo XVIII. Su triunfo supuso una lucha con altibajos de varias décadas.
El sufragismo alcanzó especial importancia en países de tradición protestante, debido, entre otras razones, al mayor grado de alfabetización femenina.
El sufragismo alcanzó especial importancia en países de tradición protestante, como Inglaterra y Estados Unidos, debido, entre otras razones, al mayor grado de alfabetización femenina. La religión había favorecido la educación de las mujeres para que fueran capaces de leer por sí mismas los textos bíblicos.
En esta época, el movimiento feminista estaba dirigido por mujeres pertenecientes a las clases acomodadas. En un principio, sus métodos respondieron a una estricta legalidad: organizaban mítines o campañas propagandísticas. En palabras de una de sus líderes, la británica Millicent Garret Fawcett, iban a enseñar al mundo “cómo conseguir reformas sin violencia, sin matar gente y volar edificios o sin hacer las otras cosas estúpidas que los hombres han hecho cuando han querido alterar las leyes”.
El triunfo
Llegada la paz en 1918, diversos países, entre ellos Estados Unidos y Gran Bretaña, establecieron el sufragio femenino. Los motivos, sin embargo, se prestan a discusión. ¿Fue un reconocimiento a la contribución de la mujer en el esfuerzo de guerra? ¿O el resultado de décadas de lucha feminista? En todo caso, parece claro que en algunos países las mujeres accedieron al voto gracias a movimientos revolucionarios, como el de Rusia en 1917 o el de Alemania dos años después.
En líneas generales, el movimiento sufragista había triunfado. Sin embargo, como ha señalado la historiadora Mary Nash, la concesión del voto “desarticuló parte del movimiento”. Para algunas mujeres, seguir con la lucha no tenía sentido porque ya habían alcanzado su meta: el sufragio. Otras, en cambio, continuaron con sus reivindicaciones, porque consideraban que todavía quedaba un largo camino por recorrer para alcanzar la igualdad con el hombre.
El avance de las dictaduras fascistas en el Viejo Continente trajo consigo tiempos duros. Para gobernantes totalitarios como Hitler o Mussolini, el papel de la mujer se limitaba al cuidado del hogar y la familia. Durante la Segunda Guerra Mundial, el esfuerzo femenino volvería a ser un recurso imprescindible para todos los países contendientes.
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