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Durante los últimos años, me he dado cuenta de que los periodistas italianos me piden con frecuencia que comente las declaraciones que hace habitualmente el Vaticano. Y ahora, con la visita del Papa a Israel, su petición es aún más insistente. Es lógico y natural que las acciones del Vaticano despierten en Italia un interés especial. En mi caso, no me avergüenzo de decir que a veces me resulta difícil separar la postura teológica del Vaticano de sus intenciones políticas con respecto a una situación determinada. Por eso, cuando un periodista me leyó por teléfono una reciente declaración del Papa donde se reconocían los errores que la Iglesia había cometido a lo largo de su historia, me pregunté enseguida por qué han tenido que pasar tantos años para que el Vaticano pida por fin perdón por su indiferencia hacia los horrores del Holocausto, ¿por qué precisamente ahora, cuando empieza el tercer milenio, se acuerda el papa Juan Pablo II de pedir perdón por las barbaridades que se cometieron en las Cruzadas, por la Inquisición, las guerras de religión o la brutalidad con la que actuaron los misioneros católicos en África y en Asia? ¿Por qué el Vaticano no reconoció al pequeño Estado de Israel, que se constituyó después de la II Guerra Mundial como refugio seguro para los supervivientes de un terrible infierno que sobrepasaba con creces la horrible descripción del infierno de Dante?A veces, cuando se observa cómo es la política del Vaticano, parece que en ella predominan el pragmatismo, la ambigüedad y los intereses más que si fuera un país pequeño que tuviese que moverse entre fuerzas más poderosas que él. Si tuviese que definir con una sola palabra la política del Vaticano, ésta sería: cautela. Son demasiado precavidos allí. Demasiado lentos. Es como si existiese una sensación de debilidad intrínseca que les impidiese a los jefes de la Iglesia levantarse y hablar con sinceridad y sin rodeos. Algo curioso si uno piensa que los hombres de fe son precisamente los que hablan todo el tiempo de conceptos como sufrimiento, perdón, expiación, amor y misericordia, verdad y valentía, y deberían ser, por tanto, los primeros que hablasen con claridad y de corazón de sus sentimientos y sus valores. A veces parece que los curas de a pie, los que trabajan en pequeñas iglesias repartidas por todo el mundo, muestran más rectitud y valor que aquellos que los representan en Roma.
Es la opinion del Papa Francisco