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Desde hace ya bastante tiempo, es un hecho comúnmente aceptado por los ciudadanos de casi todo el planeta que la economía de libre mercado “funciona”, y que los modelos planificadores, interventores, estatistas, comunistas o como quiera llamárseles conducen a la miseria. En lo que no existe tanto consenso es en por qué las cosas son así. Más aún: si se piensa despacio, hay unos cuantos motivos para esperar que una economía planificada funcione mejor. El libre mercado (que no suele ser muy “libre”) es más “democrático” en el sentido de que todas las decisiones descansan en la soberana voluntad de una masa de votantes anónimos, los consumidores. Pero del mismo modo que en el mercado político los votantes cometen errores, tampoco deberíamos esperar que las decisiones sean siempre acertadas en el democrático y libre mercado de bienes y servicios. En realidad, nadie lo cree: todos aceptamos como inevitable que el libre mercado haga “tonterías” como pagarle millones de euros a futbolistas alelados mientras hay gente que no encuentra trabajo o que tiene que vivir de la caridad de parientes o asociaciones benéficas. Frente a todas estas desventajas la planificación ofrece soluciones que parecen más razonables. Si nuestra ley constitucional dice que todo el mundo tiene derecho a una vivienda y un trabajo, ¿por qué no ordenar a los poderes públicos que hagan viviendas en las que trabajen los desempleados? No sólo es una cuestión social, sino que también es mero sentido común: hay recursos sin emplear –parados– y necesidades no cubiertas –casas–. ¿Por qué no relacionarlos?
La razón por la que este tipo de soluciones son inviables a gran escala estriba en que la economía no es un asunto de dinero, sino de personas. Y un sistema económico, lo mismo que un sistema político, funciona bien cuando la gente toma decisiones de forma responsable. Tomar decisiones exige, en primer lugar, tener libertad para elegir. Pero también implica un horizonte más o menos conocido y reglas para establecer la responsabilidad de unos y otros. En fin, tomar decisiones es complicado. Y todos tenemos una tendencia natural a no hacerlo, a delegar en otros nuestra propia
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