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Nada asegura la gobernabilidad de Cataluña tras el 21D. Dos partidos tienen una parte de la llave que abre el candado, pero no la puerta: los comunes y los socialistas catalanes. Cada uno en su espacio. Pero que pueden coaligarse. ¿Acaso alguien niega la hipótesis de la transversalidad omnisciente de algunos?
La encuesta del CIS otorga un gran resultado para Ciudadanos. Una subida de los socialistas y el repliegue del resto de las formaciones. Esta vez concurren los nacionalistas por separado. Y, esta vez sí, Esquerra rompe con su hegemonía absoluta en el identitario nacionalista independentista. Tiene a su favor que su líder natural, no Rovira, sino Junqueras, está en prisión. En frente, en la vieja Convergència, hoy PDECat, su jefe de filas ha protagonizado una estrambótica huida hacia ninguna otra parte más que al ridículo, pero la demoscopia les otorga un resultado que sobrepasa los 20 escaños. Pase lo que pase, todo arroja un caudal de emociones y visceralidad en el voto. Una llamada al voto que tendrá una respuesta masiva, inaudita y probablemente desde la transición la movilización más alta en una comunidad acostumbrada a darnos los umbrales más elevados de abstención en España. Veremos si los catalanes votan o no con anteojeras y si se siguen empeñando en la fractura y la división. No se lo han puesto fácil sus políticos. Los votantes reflejan la polaridad de una sociedad que ha sido víctima de su propia ceguera. No hay más ciego que el que ve y se empeña en no seguir viendo ni mayor pecado político que la soberbia y la arrogancia.
El candado sigue ahí. Esperando una llave que permita abrirlo. Lo que venga después dependerá de la aritmética poselectoral. Todo está en el aire. Como siempre lo estuvo, pero aquel aire era manipulado por la amnesia nacionalista de Pujol. Hoy todo ha cambiado. No sabemos si, como el príncipe de Salino, para mejor o no, para que nada en realidad, cambie. Aquella Lampedusa y esta no son tan altivas ni distantes.
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