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En Antígona dos concepciones de la justicia entran en colisión. Por un lado, las leyes del Estado, de la ciudad, que persiguen el mantenimiento del orden; por otro, las normas religiosas, las leyes eternas dictadas por los dioses. Creonte y Antígona mantienen una pugna irreconciliable que conduce a la destrucción y al sufrimiento. La obra nos muestra dos personajes enclaustrados en sus posturas, dogmáticos.
Ambos desde su actitud, son incapaces de percibir las limitaciones de su propia concepción de la realidad. Creonte, cegado por el poder absoluto que no le permite ver sus limites; Antígona, incapaz de percibir que en su postura hay excesivo orgullo.
Al final, la moderación y la conciliación quedan como una enseñanza duramente aprendida.
Como fin de la obra, Corifeo: Es con mucho la sensatez lo primero para la ventura. Contra los dioses jamás se ha de ser irreverente. Las palabras altaneras acarrean a los soberbios castigos atroces, y a la vejez, por fin, les enseña a ser cuerdos. Con éste monólogo, Sófocles se decanta ligeramente por la irreverencia de Antígona.