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La pérdida progresiva de soberanía idiomática es otra secuela de la devastadora globalización. Hace mucho cantamos ‘happy birthday’, y desde los setentas los niños celebran ‘Halloween’. Más recientemente se comenzó a hablar de ‘happy hour’ y ‘shower’, y de ‘sale’ para hacer descuentos mercantiles. Los comerciantes parecen haber eliminado las palabras rebaja y descuento, y muchas otras, pues son centenares los avisos en Inglés. Una caminata por cualquier centro comercial de Bogotá, o de cualquiera otra capital latinoamericana, lo confirma. Se abre camino la expresión ‘black friday’ o viernes negro, cuya tradición estadounidense nada tiene que ver con nosotros. En odontología se utiliza ‘brackets’ y no frenillo, y en el ámbito escolar se prefiere ‘bullying’ a burla o matoneo.
Es más frecuente oír ’penalty’ y ‘corner’ que pena máxima o tiro de esquina. Los periodistas deportivos ya no dicen semifinales y finales sino ‘play off’. No saben que su uso no es generalizado, pues se utiliza sólo en baloncesto y baseball, donde los finalistas se enfrentan en una serie de siete juegos hasta que uno de los dos gane cuatro. Se trata de generar más expectativa, publicidad y negocios. La expresión ‘play off’ no cabe en finales de tenis ni fútbol, pero nuestros periodistas la han adaptado. Así pues, cada día aparecen americanismos, como ‘CEO’ para referirse al presidente o director de una compañía (chief executive officer).
Este complejo extranjerizante alcanzó el marco institucional con la expresión ‘fast track’, en lugar de vía rápida o trámite expedito, en medio de la consolidación del Acuerdo de Paz. Lo denuncié entonces desde mi curul varias veces por cuanto era un insulto a la institucionalidad nacional. No nos sorprendamos si mañana decimos ‘bill’ en lugar de ley, o ‘impeachment’ en referencia a los juicios políticos.
Es absurdo despreciar tanto el Español. No hay duda, el Inglés es una lengua hermosa, como el francés, el italiano, el alemán, el ruso, y tantas otras. Ni qué decir del árabe, mucho más antiguo y estructurado. Nuestros indígenas todavía nos enriquecen con más de 83 dialectos definidos y diferenciados. Pero el inglés, que desbordó al francés en la comunicación económica y diplomática, es en la actualidad el idioma de la dominación, de esa potencia que ve a Latinoamérica como zona propicia para explotar sus recursos, y en donde viven 580 millones de personas que representan un atractivo mercado.
No estamos en una ‘happy hour’ idiomática. Por lo mismo, no sobra recordar algo de historia. Las invasiones bárbaras de los siglos IV y V en Europa, entre las que destacan las de los visigodos, francos, burgundios, ostrogodos, anglos, alemanes y sajones, generaron mezclas lingüísticas con el poderoso latín de los romanos, todo lo cual necesitó cinco siglos para dar cimiento al español, francés, italiano, portugués, rumano, inglés, y alemán. Así ocurrió también con el Derecho y la religión, como quiera que la visión romana de la juridicidad y la fe cristiana terminaron imponiéndose sobre las equivalentes de los bárbaros.
Sólo que, a diferencia de otras lenguas europeas, el inglés tuvo el particularismo de verse en mezcla nuevamente con la invasión de los normandos en 1066, que si bien lo enriqueció con ingredientes vikingos y franceses, también implicó que su consolidación fuera más tardía que la de otras lenguas europeas.
El inglés y el español, como otros idiomas, son extremadamente ricos y tienen más de cincuenta mil palabras. Sin embargo, en el uso cotidiano, apenas utilizamos alrededor de tres mil. Nos queda mucho por descubrir de la lengua de Cervantes que, entre otras, fue primero que Shakespeare.
Como se observa, la globalización, que no es sólo económica sino también mental y sicológica, nos invade a diario. Defendamos nuestra identidad lingüística.
De lo contrario, en pocas décadas nuestros hijos dirán ‘thank you’ en lugar de ‘gracias’.
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no entenndi
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