• Asignatura: Castellano
  • Autor: prueba2007david
  • hace 3 años

despues de leer expresa tu idea con un dibujo
Mucho tiempo pasó en silencio sepulcral. Todos se miraban con el rostro
blanco. El mar, horroroso se enfurecía cada vez más. El buque se agitaba
pesadamente. En un momento dado el capitán intentó echar al mar una
lancha de salvamento. Cinco marineros entraron en ella. La barca
descendió; pero las olas la volcaron, y dos de ellos se sumergieron, uno de los
cuales era el italiano. Los otros, con mucho trabajo, consiguieron agarrarse a
las cuerdas y volver a salir. Después de esto los mismos marineros perdieron
toda esperanza. Dos horas pasaron y el buque ya estaba sumergido en el
agua hasta la altura de las bordas.
Un espectáculo terrible ocurría entretanto en cubierta. Las madres estrechaban
desesperadamente a sus hijos en sus brazos; los amigos se abrazaban y se
despedían: algunos bajaban a los camarotes para morir sin ver el mar. Un
pasajero se disparó un tiro en la cabeza y cayó boca abajo sobre la escalera
del dormitorio, donde expiró. Muchos se agarraban frenéticamente unos a
otros. Algunas mujeres se retorcían en convulsiones horribles. Otras estaban
arrodilladas junto al sacerdote. Se oía un coro de sollozos, de lamentos
infantiles, de voces agudas y extrañas, y se veían por algunos lados personas
inmóviles, como estatuas, estúpidas, con los ojos dilatados y sin vista, con
rostros de muertos o de locos. Los dos muchachos, Mario y Julieta, aferrados
a un palo del buque, miraban el mar con los ojos fijos, como insensatos.
El mar se había aquietado un poco, pero el barco continuaba hundiéndose
lentamente. No quedaban más que pocos minutos.
—¡La chalupa al mar! —gritó el capitán.
Una chalupa, la última que quedaba, fue botada al agua, y catorce marineros
y tres pasajeros bajaron. El capitán permaneció a bordo.
—¡Baje con nosotros! —gritaron de la barca.
—Yo debo morir en mi puesto —respondió el capitán.
—Encontraremos un barco —le gritaron los marineros-; nos salvaremos. Baje.
Está perdido.
—Yo me quedo.
—¡Todavía hay un sitio! —gritaron. Entonces, los marineros, volviéndose a los
otros pasajeros—. ¡Una mujer!
Una mujer avanzó sostenida por el capitán; pero cuando vio la distancia a
que se encontraba la chalupa no tuvo valor de dar el salto, y cayó sobre
cubierta. Las otras mujeres estaban casi todas desmayadas y como muertas.
—¡Un muchacho! —gritaron los marineros.
A aquel grito, el muchacho siciliano y su compañera, que habían permanecido
hasta entonces petrificados por el sobrehumano asombro, despertados de
pronto por el instinto de vida, se soltaron al mismo tiempo del palo y se lanzaron al
borde del buque, exclamando a una: “¡A mí!”, y procurando el uno echar atrás
al otro recíprocamente, como dos fieras furiosas.
—¡El más pequeño! —gritaron los marineros—. ¡La barca está muy cargada!
¡El más pequeño!
Al oír aquella palabra la muchacha, como herida por un rayo, dejó caer los
brazos y permaneció inmóvil, mirando a Mario con los ojos apagados.
Mario la miró un momento, le vio la mancha de sangre sobre el pecho, se
acordó: el relámpago de una idea divina cruzó por sus ojos.
—¡El más pequeño! —gritaron en coro los marineros, con imperiosa impaciencia—.
¡Nos vamos!
Y entonces Mario, con una voz que no parecía la suya, gritó:
—¡Ella es más ligera! ¡Tú, Julieta! ¡Tú tienes padre y madre! ¡Yo soy solo! ¡Te doy
mi sitio! ¡Anda!
—¡Échala al mar! —gritaron los marineros.
Mario agarró a Julieta por la cintura y la arrojó al mar. La muchacha dio un
grito y cayó; un marinero la tomó por un brazo y la subió a la barca. El muchacho
permaneció derecho sobre la borda del buque, con la frente alta, con el
cabello flotando al aire, inmóvil, tranquilo, sublime.
La barca se movió, y apenas tuvo tiempo para escapar del movimiento
vertiginoso del agua producido por el buque que se hundía y que amenazaba
volcarla. Entonces la muchacha, que había estado hasta aquel momento
casi sin sentido, alzó los ojos hacia el niño y empezó a llorar:
—¡Adiós, Mario! —le gritó, entre sollozos, con los brazos tendidos hacia él—.
¡Adiós, adiós, adiós!
—¡Adiós! —respondió el muchacho, levantando al cielo las manos.
La barca se alejaba velozmente sobre el mar agitado, bajo el cielo oscuro. Ya
nadie gritaba sobre el buque. El agua lamía ya el borde de la cubierta. De
pronto el muchacho cayó de rodillas, con las manos juntas y con los ojos vueltos
al cielo. La muchacha se tapó la cara. Cuando alzó la cabeza, echó una
mirada sobre el mar. El buque había desaparecido.

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Respuesta dada por: KAMIPOTAKO
1

Explicación:

un XD :-). :-\. kjjkbjsbsjs

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