Como fue la muerte de Andrés Cortés de Mesa y del Doctor Don López de Armendariz
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En que se cuenta lo sucedido al doctor Andrés Cortés de Mesa, oidor que fue de la Real Audiencia de este Reino; su muerte, con lo demás sucedido durante la presidencia del doctor don Lope de Armendáriz. Su suspensión y muerte Corría el año de 1581, y la visita del licenciado Juan Bautista Monzón caminaba con pasos tan lentos, que desde sus principios dio muestras que no había de tener buenos fines. Trajo por su secretario a Lorenzo del Mármol. Los primeros papeles que mandó que le llevasen fueron los del doctor Andrés Cortés de Mesa, y con ellos aquel mal proceso. Luego, a principios de la visita, hubo un encuentro entre el visitador y el licenciado Juan Rodríguez de Mora, oidor de la Real Audiencia, por la cual razón le suspendió y trató de enviarlo preso a España. El presidente sintió mucho la suspensión del oidor, por ser de su devoción; dijo no sé qué razones pesadas, que quitapelillos --personas de mala intención-- se las llevaron al visitador, y luego comenzaron los toques y respuestas entre los dos. Platicábase que el visitador había de tomar la residencia al licenciado Mora en las casas del Cabildo, y que lo había de dejar preso en ellas hasta enviarlo a Castilla. Estas cosas y otras traían amasados tres bandos: monzonistas, lopistas y moristas. Llamábalos Juan Roldán a estos bandos, güelfos y gibelinos, por aquellos dos bandos contrarios que hubo antiguamente en Italia. Los monzonistas hacían bando con la gente de su casa y capitulantes y el Cabildo de la ciudad, que favorecía la parte del visitador en lo que había lugar de justicia; los lopistas, que eran los del presidente don Lope, y los moristas, que eran los del licenciado Mora, hacían otro bando, y con lo que platicaban los unos y los otros traían la ciudad alborotada y muy disgustosa. Llegó el día de la residencia, y el primero que vino al Cabildo fue el licenciado Juan Rodríguez de Mora; después de un cuarto de hora vino el visitador Juan Bautista Monzón. Había a este tiempo en la plaza de esta ciudad más de trescientos hombres en corrillos, con las armas encubiertas. En entrándose estos señores en la sala del Cabildo, comenzó el murmullo en la plaza. Personas desapasionadas que oyeron la plática y conocieron el daño que podía resultar, acudieron al señor arzobispo, don fray Luis Zapata de Cárdenas, y dijéronle: "Señor Ilustrísimo, esta ciudad está a punto de perderse si Usía no lo remedia". Contáronle el caso. El arzobispo mandó llamar al tesorero don Miguel de Espejo, que vino al punto en su mula, y Su Señoría subió en la suya. Fueron juntos al Cabildo; el señor arzobispo pidió que le abriesen la puerta de la sala donde se tomaba la residencia, la cual le abrieron fuego. Entró solo, porque el tesorero, por su mandado, se quedó afuera; y al cabo de una hora salió el licenciado Juan Rodríguez de Mora y se fue a su casa. De allí a un breve espacio salieron el señor arzobispo y el licencido Monzón, visitador, y a la puerta del Cabildo se despidieron. El visitador se fue a su casa y el señor arzobispo y el tesorero subieron en sus mulas. Estaba un gran corrillo de hombres en la esquina del Cabildo, y fue el arzobispo hacia él. Como lo vieron ir hacia ellos, fueron deslizando, cada uno por su lado, que no quedó ninguno. Junto a las casas reales estaba otro de lopistas; enderezó el señor arzobispo a él, y antes que llegase lo deshizo; y de esta manera fue a los demás, con que no dejó hombre en la plaza; y con esto se aquietó la ciudad.
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En que se cuenta lo sucedido al doctor Andrés Cortés de Mesa, oidor que fue de la Real Audiencia de este Reino; su muerte, con lo demás sucedido durante la presidencia del doctor don Lope de Armendáriz. Su suspensión y muerte Corría el año de 1581, y la visita del licenciado Juan Bautista Monzón caminaba con pasos tan lentos, que desde sus principios dio muestras que no había de tener buenos fines.
Luego, a principios de la visita, hubo un encuentro entre el visitador y el licenciado Juan Rodríguez de Mora, oidor de la Real Audiencia, por la cual razón le suspendió y trató de enviarlo preso a España. El presidente sintió mucho la suspensión del oidor, por ser de su devoción; dijo no sé qué razones pesadas, que quitapelillos --personas de mala intención-- se las llevaron al visitador, y luego comenzaron los toques y respuestas entre los dos. Platicábase que el visitador había de tomar la residencia al licenciado Mora en las casas del Cabildo, y que lo había de dejar preso en ellas hasta enviarlo a Castilla. Estas cosas y otras traían amasados tres bandos: monzonistas, lopistas y moristas. Llamábalos Juan Roldán a estos bandos, güelfos y gibelinos, por aquellos dos bandos contrarios que hubo antiguamente en Italia. Los monzonistas hacían bando con la gente de su casa y capitulantes y el Cabildo de la ciudad, que favorecía la parte del visitador en lo que había lugar de justicia; los lopistas, que eran los del presidente don Lope, y los moristas, que eran los del licenciado Mora, hacían otro bando, y con lo que platicaban los unos y los otros traían la ciudad alborotada y muy disgustosa. Llegó el día de la residencia, y el primero que vino al Cabildo fue el licenciado Juan Rodríguez de Mora; después de un cuarto de hora vino el visitador Juan Bautista Monzón. Había a este tiempo en la plaza de esta ciudad más de trescientos hombres en corrillos, con las armas encubiertas. En entrándose estos señores en la sala del Cabildo, comenzó el murmullo en la plaza. Personas desapasionadas que oyeron la plática y conocieron el daño que podía resultar, acudieron al señor arzobispo, don fray Luis Zapata de Cárdenas, y dijéronle: "Señor Ilustrísimo, esta ciudad está a punto de perderse si Usía no lo remedia". Contáronle el caso. El arzobispo mandó llamar al tesorero don Miguel de Espejo, que vino al punto en su mula, y Su Señoría subió en la suya. Fueron juntos al Cabildo; el señor arzobispo pidió que le abriesen la puerta de la sala donde se tomaba la residencia, la cual le abrieron fuego. Entró solo, porque el tesorero, por su mandado, se quedó afuera; y al cabo de una hora salió el licenciado Juan Rodríguez de Mora y se fue a su casa. De allí a un breve espacio salieron el señor arzobispo y el licencido Monzón, visitador, y a la puerta del Cabildo se despidieron. El visitador se fue a su casa y el señor arzobispo y el tesorero subieron en sus mulas. Estaba un gran corrillo de hombres en la esquina del Cabildo, y fue el arzobispo hacia él. Como lo vieron ir hacia ellos, fueron deslizando, cada uno por su lado, que no quedó ninguno. Junto a las casas reales estaba otro de lopistas; enderezó el señor arzobispo a él, y antes que llegase lo deshizo; y de esta manera fue a los demás, con que no dejó hombre en la plaza; y con esto se aquietó la ciudad. Su Señoría se fue a su casa, y adelante dio orden que el licenciado Mora se fuese a Castilla, el cual llegando a Cartagena halló cédula para ir a la Nueva España, como adelante diré. Entre estos negocios andaban también los del doctor Mesa. Habíale venido al secretario Lorenzo del Mármol un sobrino, mozo, galán y dispuesto, llamado Andrés de Escobedo. El tío le metió luego entre los papeles del visitador, con que fue allegando amigos y dándose a conocer.
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