Para entender a los críticos de la globalización es necesario conocer contra qué luchan.
Según Stiglitz (pág. 34), la globalización es «la integración más estrecha de los países y
los pueblos del mundo, producida por la enorme reducción de los costes de transporte y
comunicación, y el desmantelamiento de las barreras artificiales a los flujos de bienes,
servicios, capitales, conocimientos y (en menor grado) personas a través de las fronteras.
La globalización ha sido acompañada por la creación de nuevas instituciones [y] es
enérgicamente impulsada por corporaciones internacionales que mueven no sólo el capital
y los bienes a través de las fronteras, sino también la tecnología». Nuestro autor comparte
con los antiglobalizadores un desprecio sin par por lo que se conoce como el «Consenso de
Washington». El término (globalización) fue inventado por el economista americano John
Williamson en 1989 para un decálogo que promueve la disciplina fiscal, la reducción de los
subsidios, la reforma de los impuestos, la liberalización de los sistemas financieros, la adopción de tipos de cambio competitivos, la privatización, la desregulación de los
mercados, la protección de los derechos de propiedad, el libre comercio y la seguridad
jurídica para la inversión extranjera directa.
Bajo el término globalización, según John Williamson, podríamos pensar que tiene unas
consecuencias negativas para las naciones basadas en:
A) El intercambio de materias primas por productos terminados.
B) El intercambio de productos industriales y maquinaria a cambio de recursos.
C) La protección de sus productos sin interferencia de medios extranjeros.
D) La sobreexplotación de recursos naturales a cambio de bienestar social.
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Que la ley de rendimientos decrecientes se aplica también a la concesión de los Nobel de Economía se demuestra palmariamente si examinamos las aportaciones teóricas elegidas por la Academia sueca para justificar el otorgamiento del premio el pasado año a los tres galardonados: George Akerlof (profesor en Berkeley), Michael Spence (en Stanford) y Joseph Stiglitz (en Columbia). Los méritos académicos del primero son debidos a sus estudios sobre los fallos de información conocidos como «selección adversa»; el segundo apadrinó la «teoría de la señalización», gracias a la cual un particular, empresa o ente público suministra indirectamente información respecto a sus planes y ventajas. El autor del libro ahora reseñado fue premiado por sus análisis sobre la «información asimétrica» –una de las partes en una transacción económica tiene más información que la otra–, que explica cómo el comprador de un coche usado consigue información acerca del vehículo o de su vendedor, o cómo una compañía de seguros, o para el caso un banco, calculan sus pólizas con el fin de averiguar el comportamiento real de sus clientes para clasificar los auténticos niveles de riesgo