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fue un proceso histórico que implicó mediante la predicación, enseñanza e implantación de la fe católica en los territorios de la Nueva España y la transmisión de la cultura occidental. La religión católica fue un elemento clave en la expansión de la Monarquía hispánica y punto fundamental en su desarrollo posterior al ser la Iglesia de Roma un aliado político de los españoles y los conquistadores, quienes justificaron en todo momento sus acciones expansivas en el derecho divino y la enseñanza de la fe para los infieles
Fresco de los apóstoles de México en la sala de Profundis del convento de San Miguel Arcángel de Huejotzingo.
Introducción
Portada del convento franciscano de Huejotzingo, Puebla, México.
En el caso de la Nueva España la enseñanza de la religión fue una necesidad primordial al tener enormes núcleos de población en Mesoamérica con un grado avanzado de desarrollo religioso, así como estados teocráticos y prácticas opuestas a principios religiosos occidentales como el sacrificio humano y la poligamia. Millones de indígenas tenían que ser adoctrinados en el catolicismo por la Monarquía hispánica para tres fines fundamentales: la salvación eterna, el credo católico y su integración a los usos occidentales.
España poseía a principios del siglo XVI aún el llamado espíritu de Reconquista para combatir a los infieles y la creencia en un plan divino para llevar el evangelio, la verdadera fe y la civilización a todos los rincones de la tierra, según las enseñanzas de Jesucristo.
Los reyes hispanos desde los Carlos I fueron los principales impulsores de este proceso que tuvo como protagonistas principales a los frailes de las llamadas órdenes mendicantes, las cuales además de atender la espiritualidad nativa con notables soluciones y métodos -que incluyeron esfuerzos importantes en arquitectura, pintura, música, teatro, traducción de textos y aprendizaje de lenguas indígenas- intentaron implementar entre las cantidades ingentes de indígenas mesoamericanos el estilo de vida europeo..
Inicios
Mediante el Breve Inter caetera de 1493 suscrito por el Papa Alejandro VI, se otorgó a los Reyes Católicos (Isabel de Castilla y Fernándo de Aragón), en pago a sus servicios y a su fidelidad a la Iglesia católica la autorización y facultades necesarias para evangelizar a los habitantes de las tierras descubiertas por Cristóbal Colón apenas un año antes.
La Catedral fue un símbolo del poder religioso que las órdenes adquirieron durante el Virreinato. Fue construida entre 1572 y 1813.
Hernán Cortés -a sabiendas de la situación del clero secular en España - solicitó en su tercera Carta de Relación a Carlos I "misioneros de las Órdenes de San Francisco y Santo Domingo, los cuales tengan los más largos poderes que Su Majestad pudiere", quienes arribarían a los territorios recién conquistados a enseñar la religión católica a los conquistados. Los religiosos de dichas órdenes poseían una trayectoria misional anterior -desde hacía varias décadas en territorios recuperados a los musulmanes- y fueron designados por la monarquía española como los encargados de liderar la labor misional en la Nueva España con atribuciones especiales como la posibilidad de impartir sacramentos y la administración de fondos económicos propios basados en el establecimiento del Regio Patronato Indiano.
El 25 de abril de 1521 el Papa León X concedió la bula Alias Felicis que autorizó a las órdenes mendicantes realizar la tarea misional en los nuevos territorios. Al año siguiente, el 9 de mayo de 1522, su sucesor Adriano VI, reiteró con la bula Exponi Nobis Fecisti al rey Carlos I la autoridad mendicante de la administración de sacramentos (bautizo, matrimonio, comunión y confesión) en donde no hubiera obispos a menos de dos jornadas de distancia del sitio misional.