Los empleadores podían pagar a un niño menos que un adulto, aunque su productividad era comparable, no había necesidad de ser fornido para operar una máquina, y dado que, en el sistema industrial, completamente nuevo, no había trabajadores adultos con experiencia. En Inglaterra y Escocia en 1788, dos tercios de los trabajadores en 143 fábricas de algodón de agua con motor, fueron descritos como niños. Con la ampliación de la Revolución Industrial al resto de Europa y a Estados Unidos se generalizaron los abusos y la explotación de niños durante todo el siglo XIX y principios del siglo XX. Al igual que en el caso inglés, los abusos fueron provocando una mayor indignación social que se vio reflejada en la aparición de leyes que limitaban tanto la edad mínima para trabajar como el número de horas por jornada laboral.
5.1. De acuerdo a lo narrado ¿De qué sirvió los adelantos tecnológicos a estos niños?

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Respuesta dada por: landaa739
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de la tasa de mortalidad, debido a las mejoras de la alimentación y los avances de la medicina. Sin embargo, esta reducción de la tasa de mortalidad infantil no se vio confirmada con el aumento de las posibilidades de supervivencia en la infancia. Esta incongruencia se explica por las condiciones de vida que padecían, puesto que desde muy pequeños eran obligados a trabajar. Durante la Revolución Industrial, los niños de tan sólo cuatro años fueron empleados en las fábricas de producción con serios peligros, a menudo fatales, en las condiciones de trabajo. En el siglo XIX, un tercio de las familias pobres se quedaron sin sostén económico a consecuencia de la muerte o el abandono, lo que obligaba a muchos niños a trabajar. Los hijos de los pobres debían ayudar en la economía familiar, a menudo trabajando largas horas en trabajos peligrosos para los bajos salarios, ganando 10-20% del salario de un varón adulto, también en algunos casos los propietarios de las fábricas recogían niños de los orfanatos o los compraban a gente pobre, haciéndoles trabajar después a cambio, tan sólo, de su mantenimiento. Los que huían eran capturados en batidas y devueltos a sus amos, otros eran atados con grilletes para impedir las fugas. Los niños eran empleados en las fábricas de algodón, trabajando 14 horas al día, seis días a la semana. Algunos perdieron manos y extremidades, otros fueron aplastados por las máquinas, y algunos fueron decapitados. Los jóvenes trabajaban en fábricas de cerillas, donde los vapores de fósforo ocasionaban que muchos desarrollaran fosfonecrosis. Los niños empleados en fábricas de vidrio se quemaban con regularidad o se quedaban ciegos, y aquellos que trabajan en talleres de cerámica eran vulnerables al polvo de arcilla venenoso. En algunos casos niños de cinco y seis años llegaban a trabajar entre 13 y 16 horas al día. Algunos niños realizaron el trabajo como aprendices de oficios respetables, como la construcción o como empleados domésticos (hubo más de 120.000 empleadas domésticas en Londres del Siglo XVIII. Las jornadas de trabajo eran largas: los constructores trabajaron 64 horas a la semana en verano y 52 en invierno, mientras que los funcionarios nacionales trabajaban 80 horas a la semana. Los empleadores podían pagar a un niño menos que un adulto, aunque su productividad era comparable, no había necesidad de ser fornido para operar una máquina, y dado que en el sistema industrial, completamente nuevo, no había trabajadores adultos con experiencia. En Inglaterra y Escocia en 1788, dos tercios de los trabajadores en 143 fábricas de algodón de agua con motor, fueron descritos como niños. Con la ampliación de la Revolución Industrial al resto de Europa y a Estados Unidos se generalizaron los abusos y la explotación de niños durante todo el siglo XIX y principios del siglo XX. Al igual que en el caso inglés, los abusos fueron provocando una mayor indignación social que se vio reflejada en la aparición de leyes que limitaban tanto la edad mínima para trabajar como el número de horas por jornada laboral. En un discurso en el Parlamento, William Pitt, político y estadista británico,

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