• Asignatura: Castellano
  • Autor: brendaterzaghi4
  • hace 3 años

que frase les llama la atencion? y porque?
Nadie cae con estilo cuando recibe un empujón.
Años atrás cuando Antonio tenía apenas 12, en su primer día de
clases en el colegio al que acababa de cambiarse, recibió un
empujón de su compañero y cayó a la piscina. Era la broma
obligatoria de bienvenida para los nuevos. Cuando sacó la cabeza
del agua vio a un montón de desconocidos riéndose de él. Los
segundos iniciales fueron patéticos: los manotazos de ahogado, el
agua en la nariz, el pelo en la cara y ese gesto de alelado que no
entiende lo que está ocurriendo. Fue el profesor, también entre
carcajadas, quien le extendió una mano para que saliera.
Cuando llegó a casa, su madre le recibió sonriente y con la
pregunta habitual:
—¿Me cuentas tu día con tres palabras?
Y, sin pensar, Antonio respondió:
—¡Odio el colegio!
Al rato le confesó lo sucedido. Tenía los zapatos arruinados y la
ropa húmeda. Las lágrimas de rabia le resbalaban por las mejillas
mientras relataba cómo se habían burlado de él.
Alba, en lugar de consolar a su hijo por el mal rato, se agachó y le
ordenó:
—Quiero que mañana mismo te inscribas en las clases
extracurriculares de natación.
—¡No quiero!
—Lo harás, Antonio. La próxima vez que caigas al agua que sólo
se te arruinen los zapatos... no el orgullo. Y que las únicas manos
que te saquen de ahí, sean las tuyas, ¿de acuerdo?
Looking the stars
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Un mes después de aquel suceso Alba partió para España, sin
boleto de regreso, y Antonio volvió a sentir que se quedaba sin
aire.
Desde pequeño se había acostumbrado a hacer maletas. Vivió
hasta los 4 años en casa de los abuelos, luego se mudó al
departamento que su madre y dos amigas compartían en el centro
de la ciudad.
Y el siguiente destino fue el departamento de dos dormitorios que
su madre logró comprar con sudor e hipoteca en la calle Lisboa.
Fue entonces cuando vino el desastre y la maleta final para ambos.
La empresa en la que ella trabajaba amaneció un día cerrada sin
ninguna explicación, el dueño había sacado del banco todo lo que
quedaba y su última inversión de peso fue en un candado metálico
con el que cerró las puertas.
Antonio tenía 12 años cuando hicieron las maletas juntos por
última vez. Sólo que en esa oportunidad los rumbos serían
distintos. Alba, su madre, no encontró más opción y decidió irse
del país, probar suerte lejos, reventarse el alma en un lugar donde
la vergüenza del fracaso tuviera testigos anónimos.
Él se quedaría en casa de Beatriz, su única tía, y su madre volaría a
Madrid. El plazo para el reencuentro lo marcaba el dinero: cuando
hubiera suficiente se reunirían de nuevo.
—Ya eres un hombrecito —le dijo su madre el día de la despedida,
con esa palabra que sonaba a trampa, a no se te ocurra llorar, a no
hagamos una escena porque entonces nos quebraremos los dos—.
Eres fuerte y sé que entiendes que debo irme porque esto será lo
mejor para ambos.
Antonio tenía los ojos enlagunados, pero había prometido que no
lloraría.
—Prométeme que regresarás, ma.
—Te lo prometo.
Looking the stars
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Alba era una fiel militante de la alegría. Aunque a sus 29 años le
habían caído encima varios aguaceros, ella siempre decía que la
sonrisa era un buen salvavidas, que la ilusión era un motor más
fuerte que el de un cohete espacial. No importaba cuán complicada
se pusieran las cosas; ella se sacudía, volteaba a ver a su hijo,
sonreía y le decía: "No es tan grave, vas a ver que salimos de ésta".
Pero aquel día, cuando se despedían, él se dio cuenta de que por
primera vez su madre estaba fingiendo la sonrisa, los labios y la
barbilla le temblaban, y la mirada era como una nube gris a punto
de desplomarse.
—Anda, regálame un beso y una sonrisa —le dijo Alba.
Y Antonio tuvo que fingir también. Se mordió el labio inferior. Se
dejó abrazar, se dejó besar, y luego vio al taxi partir.
No lloró. Ahí no. Era un hombrecito.
Esa misma tarde, con un nudo en la garganta, se lanzó al agua en
la clase de natación, y durante diez minutos nadó con todas sus
fuerzas, con todo su dolor. Cuando salió de la piscina un
compañero le dijo: "Tienes los ojos rojos". Y Antonio mintió: "Es
por el cloro".
El agua dejo de ser la razón de sus miedos y se convirtió en su
desafío permanente para reaccionar cuando perdía el piso. A veces
se exigía a sí mismo cruzar la piscina sin sacar la cabeza para
tomar aire, llevaba sus pulmones al límite sólo para demostrarse
cuánto era capaz de resistir. Otras veces lloraba en el agua, como
cuando se llora bajo la ducha, y sus lágrimas escapaban sin que
nadie pudiera descubrir su fragilidad.

Respuestas

Respuesta dada por: cdnd1992
2

Explicación:

lo siento bro pero no en tiendo

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