• Asignatura: Historia
  • Autor: daryelisgaitan3
  • hace 3 años

historia de las mujeres atenas

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HISTORIA DE LA MUJER ATENIENSE

La mujer ateniense era una eterna menor de edad, que no poseía ni derechos jurídicos ni políticos. Toda su vida, debía permanecer bajo la autoridad de un tutor (en griego antiguo, κύριος, romanizado: kúrios): primero de su padre, luego de su marido, de su hijo si era viuda o de su más próximo pariente. Como a las mujeres se les prohibía llevar a cabo procedimientos judiciales, el kúrios los hacía en su nombre. Este tutor las acompañaba en cada acto jurídico, hablaba por ellas y defendía «sus» intereses. Ningún juez hablaba directamente con las mujeres afectadas. Los litigantes evitan nombrarlas por su nombre personal y se referían a ellas citando a los hombres con los que estaban emparentadas o casadas. Una mujer nombrada directamente por su propia identidad se consideraba generalmente indigna o que había infringido deliberadamente la ley.

En la sociedad ateniense, el término legal de esposa era conocido como damar, palabra que deriva del significado de la raíz de “someter” o “domesticar”.

Las mujeres atenienses tenían un limitado derecho a la propiedad y, por lo tanto, no eran consideradas ciudadanas de pleno derecho, ya que la ciudadanía y el derecho a los derechos civiles y políticos se definían en relación con la propiedad y los recursos económicos.

Su existencia no tenía sentido más que para el matrimonio, que ocurría generalmente entre los 15 y 18 años. Este sistema se implantó como una forma de garantizar que las chicas siguieran siendo vírgenes cuando se casaran; también permitía a los maridos elegir quién iba a ser el siguiente marido de su mujer antes de que él muriera.

El matrimonio era un acto privado, un contrato concluido entre dos familias. Curiosamente, el griego antiguo no tiene una palabra específica para designar el matrimonio. Se habla de ἐγγύη, engúê, literalmente la garantía, la caución: es decir, el acto por el cual el cabeza de familia daba a su hija a otro hombre. La ciudad no era testigo ni registraba en un acta este acontecimiento para conferir a la mujer el estatus matrimonial. Por eso, había que añadir la cohabitación. A menudo, a esta le sigue el engué. Sin embargo, sucedía que el engué tenía lugar cuando la chica era aún niña. La cohabitación no ocurría hasta más tarde. De manera general, la joven no tenía ni una palabra que decir en su futuro matrimonio.

El divorcio a iniciativa de la esposa no estaba normalmente permitido: solo el tutor podía pedir la disolución del contrato. Sin embargo, los ejemplos muestran que la práctica existía. Así, Hipareta, mujer de Alcibíades, pidió el divorcio presentándose en persona ante el arconte. Los comentarios de Plutarco sugieren que se trataba de un procedimiento normal. En el discurso Contra Onétor de Demóstenes, es el hermano de la esposa, su tutor, quien introduce la demanda de divorcio.

Una estricta fidelidad era requerida de parte de la esposa: su rol era dar nacimiento a hijos legítimos que pudieran heredar los bienes paternos. El marido que sorprendía a su mujer en flagrante delito de adulterio, tenía el derecho de matar al seductor en el acto. La mujer adúltera, podía ser devuelta a su tutor. Según algunos autores, el esposo burlado estaría en la obligación de hacerlo so pena de perder sus deberes cívicos. En cambio, el esposo no estaba sometido a este tipo de restricción: podía recurrir a los servicios de una hetera o introducir en el hogar conyugal una concubina (griego παλλακή, pallakế) —a menudo una esclava—, pero podía ser también la hija de un ciudadano pobre.

Las mujeres de buena familia tenían como principal papel mantener el oikos. Eran confinadas en el gineceo, literalmente la «habitación de las mujeres», rodeadas de sus sirvientes. En el Económico de Jenofonte, se mencionan las pocas tareas que recaían en las mujeres atenienses: hilar lana, preparar y reparar la ropa, vigilar el estado del grano y otras provisiones en la despensa, y cuidar de los sirvientes enfermos.

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