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Durante la Segunda República no se puso en marcha otro programa para solucionar el sempiterno problema del campo español que el reformista. La reforma agraria, sin embargo, resultó un fracaso por cuanto las fuerzas políticas llamadas a ponerla en marcha carecían de un programa socioeconómico cohesionado. Las fisuras del reformismo socioeconómico se hicieron especialmente patentes en las Cortes. La legislación resultante de los debates parlamentarios fue desordenada e ineficaz porque los partidos y bloques gobernantes, heterogéneos en su composición, vieron comprometida su unidad interna y fueron incapaces de llevar adelante un programa coherente en materia agraria. Así, si durante el primer bienio las luchas internas del PSOE afectaron a los proyectos de la coalición republicano- socialista en el poder, durante el segundo serían las tensiones dentro de la CEDA las que harían naufragar los planes del Ejecutivo. Solo tras la victoria del Frente Popular pareció vislumbrarse la posibilidad de una mayoría reformista verdaderamente cohesionada, pero el estallido de la Guerra Civil la frustró abruptamente.