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La tijereta (leyenda guaraní)
Muchísimo tiempo atrás, tanto que aún la tierra no estaba poblada con todos los animales que ahora la
habitan, Tupá le pidió al Protector de las Aves que les prestase a las almas pequeñas alitas para que
pudieran subir al cielo.
Y así lo hicieron. Cuando una persona buena moría, el Protector de las Aves, por mandato de Tupá, le
colocaba alitas al alma para que hiciese sin tropiezos el viaje al Paraíso. Al Protector le gustaba esa tarea.
Lo hacía feliz el que el “ibaga”, el cielo, se adornara de almas bellas, almas que tenían mucho de pájaro.
Y tan a pecho se tomó su trabajo que buscaba para cada alma un par de alas que no solo sirvieran para
volar, sino alas maravillosas que por sí solas anunciaran las cualidades que había tenido el dueño.
Así, al fuerte y justo cacique que murió defendiendo a su gente le colocó un soberbio par de alas de
águila, a un humilde hombre laborioso y prolijo como pocos para hacer su casa y ayudar a los demás a que
hicieran la suya lo adornó con un par de alitas de hornero.
Así distribuyó alas de palomas, alitas de picaflor…
En la tribu del cacique Cambá Guasú vivía Jorivá, una muchachita que cuidaba a su abuela con mucho
cariño y devoción.
Jorivá era huérfana. Sus padres habían murto cuando ella era muy pequeña y sus abuelos la habían
criado. Solo quedaba ahora con ella su anciana abuela. Jorivá trabajaba por ambas. Mantenía su choza
ordenada y limpia, cocinaba como pocos la mandioca y el maíz. Pero lo que la hacía más querida era que
realizaba con verdadera alegría todas sus tareas. Era Jorivá la feliz, contenta con lo que Tupá le imponía.
En otras familias había hombres para auxiliar en tareas tales como la preparación de la fibra del
caraguatá o para tejer las telas para los tipoy, pero la muchacha estaba ella sola para todo. Y todo lo hacía
canturreando con ese tono bajo, nasal, melódico, que distinguía a la gente de su tribu.
Siempre tenía a mano un tijerita, que mantenía afilada y brillante.
Y con ella se ganaba la vida.
¡Ah, sí! El trabajo de costurera de Jorivá era afamado. La buscaban incluso de tribus vecinas. Los
pescadores que vivían a orillas del Uruguay le habían enseñado a hacer nudos y lazadas; combinándolos, se
había tejido un colorido “chumbé”, un cinto del que colgaba siempre su tijerita.
Los chicos de las chozas vecinas la visitaban y le pedían que recortase para ellos las maravillas
Explicación:
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