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En primer lugar, porque es virtualmente imposible conseguir un consenso entre los partidos políticos de diferentes ideologías en una democracia para desarrollar un plan de acción tan a largo plazo, ya que puede que coincidiesen en la meta pero no en los métodos para llegar a ella. Así, si el objetivo es una industrialización, unos optarían por dotar de incentivos fiscales en el sector industrial a los grandes empresarios para atraer inversiones extranjeras a la vez que fomentan inversiones privadas nacionales mientras que otros se decantarían por un mayor peso del sector público en dicho plan, sea mediante la nacionalización de industrias, sea a través de fondos públicos recolectando más impuestos o reasignando partidas presupuestarias. En la dictadura, las dificultades de llegar a un consenso son inexistentes, porque tanto el fin como los medios los marca el dictador. No tiene que ponerse de acuerdo con nadie porque él y solo él decide.
En segundo lugar y en el hipotético caso de que este consenso se lograse, debería perdurar en el tiempo. Lo cual sería el equivalente a atar de pies y manos a los diferentes representantes que se fuesen sucediendo legislatura tras legislatura mientras el plan de acción esté en vigor. De nuevo, harto difícil ya que la actuación política de los futuros candidatos estaría enormemente mermada y, salvo un respaldo popular bárbaro del plan de acción, el candidato nuevo que llegase al poder no tendría ningún incentivo para ceñirse a lo planeado. De lo contrario, si se ciñese al plan, su actuación continuista sería poco más que irrelevante, sus méritos se achacarían a otros y tendría muy difícil la reelección. Es otras palabras, para que el plan funcionase todos los candidatos de todos los partidos que sucediesen a los que idearon el plan deberían mantener su compromiso. Creo que no hace falta destacar la ínfima posibilidad de que esto ocurriese, ya que los nuevos candidatos no tienen por qué estar de acuerdo con lo ideado por sus predecesores, pueden surgir nuevas corrientes dentro de un mismo partido, puede que surjan otros candidatos de nuevos partidos que se aparten del plan en su programa y al ser elegidos o tener una amplia representación parlamentaria den al traste con el cumplimiento de lo consensuado, etc…
En tercer lugar, los candidatos que acometiesen medidas impopulares pero necesarias en ciertas etapas del plan para su correcto desarrollo verían tal descenso en su popularidad que peligraría su legitimación para gobernar. Volvamos al caso de la industrialización de un país agrario. Obviamente este cambio estructural trae beneficios. Pero también está la otra cara de la moneda. Los perjudicados al acometer este cambio. Desde aquellos que se sustentan directamente gracias al sector de la agricultura (agricultores, terratenientes, empresas de exportación…) hasta los que se nutren de el indirectamente (transportistas, comerciantes…), todos ellos opondrían resistencia al cambio, pues la industrialización haría que el peso en la economía de la agricultura disminuyese de tal forma que amenazase aquello que les da de comer en el presente. Y no hay nada más peligroso que arrebatarle esto a un hombre. Desde expropiaciones, pasando por la retirada de incentivos fiscales al sector agrario, hasta subidas de impuestos o el fomento de la polarización campo-ciudad, todas estas medidas necesarias para acometer la industrialización de un país traerían consigo desaprobación por un amplio sector de la población, incluso levantamientos y revueltas. Así pues, si el poder debe estar legitimado por el pueblo (característica de toda democracia) y tú, que ostentas la representación del mandato democrático, pones al pueblo en tu contra al llevar a cabo las medidas necesarias para acometer el plan, perderás tu legitimidad para gobernar. Cuando eso pase, será solo cuestión de tiempo que pierdas el poder y seas reemplazado por otro candidato que si goce del favor del pueblo y se aparte de lo planeado. En una dictadura, tampoco conviene ser odiado por el pueblo. Pero, con la virtud y fortuna necesarias, como diría Maquiavelo, podrías permitirte ciertos agravios contra tu pueblo.
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