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Explicación:
1. Realismo político
De Aristóteles a Santo Tomás no se encontrará otro pensador político que, como ambos, haya pensado con tanta profundidad y con tanto realismo, en torno a los grandes temas concernientes a la sociedad y al poder público.
Viajando por las ciudades griegas de su tiempo, Aristóteles estudió las diferentes constituciones o regímenes políticos entonces existentes en el mundo helénico. Desgraciadamente, se perdieron las páginas que escribió al respecto, conservándose tan sólo unos fragmentos del análisis de la constitución de Atenas. Casi se diría un trabajo de investigación sociológica o de derecho constitucional comparado, conforme a las clasificaciones habituales en nuestros días. En el libro II de la Política, después de criticar a Platón, estudia las constituciones de Faléas de Calcedonia, de Hipodamo de Mileto, de los lacedemonios, de los cretenses y los cartagineses, la obra de Solón y de otros legisladores.
Fue, de ese modo, un hombre vuelto hacia la experiencia de sus contemporáneos, que se alzó a las elevadas consideraciones de la Política, obra en la que nos da la filosofía de la sociedad y del poder. Al contrario de Platón, que al escribir La República, dejaba el plano de la realidad para imaginar una ciudad ideal, construida, no a la medida de los hombres concretos, sino del hombre considerado en abstracto, desvinculado de las condiciones terrenas.
El mismo realismo del estagirita se observa en Santo Tomás de Aquino, que en el «Comentario a la Ética aristotélica», escribió en torno a las cuestiones morales máximamente conocidas por la experiencia[1].
No admira, por tanto, que en los escritos políticos de Santo Tomás se refleje la sociedad medieval de aquel siglo XIII en el que alcanzó su mayor esplendor, tal como en la obra de Aristóteles se refleja la sociedad griega de su tiempo (la πόλις). Ni el uno ni el otro conocieron el Estado, realidad típicamente moderna, constituido a partir del Renacimiento. Por eso mismo, sería un anacronismo hablar de Santo Tomás de Aquino o de Aristóteles en «Teoría del Estado».
Nótese, sin embargo, que el realismo político del maestro de Alejandro o del comensal de San Luis Rey de Francia, está muy lejos de poder compararse con la Realpolitik, tal como desde Maquiavelo a Bismarck y de éste a Mao Tse Tung, viene ocupando los anales de la historia de los pueblos modernos. Esta es la política separada de la moral, la política a base de criterios válidos por sí mismos, la política del bien útil sin consideración al bien honesto. Para Aristóteles y para Santo Tomás la política tiene un contenido ético; está subordinada a valores trascendentes y se ordena a la realización del bien común, en el que no se ha de ver la simple utilidad social, sino el vivir de los hombres según la virtud.
Se trata de un realismo práctico, equivalente al realismo metafísico, es decir, el de la filosofía del ser, apoyado en el conocimiento experimental de las cosas, una vez que la inteligencia conoce la realidad aprehendida primeramente por los sentidos y, de ahí, pasando por la abstracción, al concepto. El ser inteligible de las cosas sensibles no proviene de ideas innatas ni de apriorismos de tipo kantiano. El universal no existe en el mundo platónico de las ideas, sino que se alcanza a través de las particularidades de los seres que nos rodean. Para el realismo aristotélico-tomista, el sentido común es el vestíbulo de la filosofía y el problema del conocimiento, se salva, así, de caer en el dédalo inextricable al que le llevó el subjetivismo moderno desde Descartes.
Pero política y metafísica no se confunden. La política no está en el plano de lo necesario y de lo universal, sino en el de lo contingente y de lo variable. La razón especulativa o teórica en sus lucubraciones metafísicas y la razón práctica en la elaboración de la política, proceden de maneras diferentes. Por eso, Aristóteles y Santo Tomás jamás podrían ser el objeto de la crítica de Augusto Comte a la politique métaphysique de Rousseau y de la Revolución francesa.