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La situación de la familia obrera urbana de la primera mitad del siglo XX, estuvo fuertemente marcada por los efectos de la creciente industrialización y la llamada cuestión social. Los altos niveles de hacinamiento e insalubridad en que vivían, generaron elevados índices de mortalidad infantil y enfermedades contagiosas como la viruela, el cólera y la tuberculosis. En este escenario, la naciente preocupación estatal por la salud pública se concentró en asistir como objeto de diagnóstico, a la familia obrera, para enfrentar los alarmantes altos indicadores de morbilidad.
El grupo familiar obrero típico estaba compuesto por ocho o nueve personas y podían estar conformados por matrimonios legales, uniones de hecho, o familias mono parentales encabezadas por mujeres. Al grupo nuclear se sumaban frecuentemente allegados, que podían ser parientes del matrimonio, compadres o amigos. La vivienda generalmente, no contaba con el espacio suficiente para albergar a un grupo tan numeroso de personas, ni con el mobiliario adecuado, que por lo general, se reducía a sólo dos catres para un grupo familiar de 9 personas, situación de hacinamiento que a ojos de observadores de la elite e instituciones asistenciales, era fuente de enfermedades, promiscuidad, inmoralidad y vicios.
La legislación chilena adjudicaba al obrero el papel de proveedor y jefe de hogar, mientras el trabajo de la madre fue desincentivado, pues se consideraba pernicioso para la familia que la madre abandonara a sus hijos para salir a trabajar. Sin embargo, el sustento otorgado por la familia era crucial para la sobrevivencia del grupo familiar, lo que hizo que, a pesar de los desincentivos gubernamentales, el trabajo femenino industrial, aumentará progresivamente en las primeras décadas del siglo XX.
Las tareas domésticas eran responsabilidad de la mujer, quien debía compatibilizar su trabajo con el cuidado del hogar. Cuando las actividades laborales impedían a la madre hacerse cargo del cuidado de los hijos menores y de la limpieza de la vivienda, éstas eran asumidas por las hijas mayores. Los hijos varones en cambio, solían auxiliar al padre en el trabajo u oficio, asumiendo desde muy temprana edad, la misma vida que los adultos.
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