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La organización del Imperio estaba asentada en una división territorial muy clara y explícita: “la dividían en tres partes de las cuales la primera era para el sol, la segunda para el rey y la tercera para los del país”. El primer tercio, consagrado al sol y a sus hijos era cultivado para sostener al numeroso clero y a las múltiples fiestas de sacrificio que llevaban a cabo. El segundo tercio, lo utilizaban para solventar los gastos del gobierno y responder ante cualquier emergencia en alguna de las provincias (como un seguro ante los desastres naturales). El tercero era el de las tierras del pueblo, repartidas anualmente en lotes según el número de miembros. Tal división de la tierra era realizada también cada vez que se conquistaba alguna provincia.
La gente normal no tenía derecho a enriquecerse, vivía en casas modestas, tenía derecho a un cercado, algunos animales domésticos, ropa y algunos útiles. El imperio Inca no practicó la esclavitud en toda la amplitud del término, pero al final del imperio se sabe que varios campesinos eran arrancados de sus comunidades para trabajar las tierras reales. Existía un sistema de tributos no monetario; puesto que en el imperio no circulaba la moneda (ni siquiera en forma rudimentaria como en México y Colombia), los metales no tenían valor más que para el arte suntuario, y la costumbre y las leyes fomentaban el tributo pagado sobretodo bajo la forma de prestación de servicios, especies de mingas a gran escala a los cuales estaban bastante acostumbrados, aunque también debían ofrecer al emperador, por medio de los recaudadores, telas, utensilios y demases. Como el Imperio no conocía otras civilizaciones, su comercio era escaso y nada más que interno, y al no intercambiar bienes no le interesaban estos sino los brazos y piernas de sus habitantes: al Imperio le interesaba construir y cultivar la tierra, y era aquello lo que pedía a cambio de su protección y orden al pueblo Inca.
Todas las construcciones incas han tenido una forma bastante simple, como si fueran construcciones a gran escala de las mismas casuchas del campesinado: cuatro paredes, un techo en punta, una puerta y algunos nichos interiores, incluso las construcciones más sagradas tenían el mismo diseño. Pero la simplicidad de la forma contrasta en cambio con la habilidad única de los incas para disponer a la perfección las piedras que conformaban sus templos y palacios, es decir, lo que las construcciones incas pierden en simpleza lo ganan con los detalles de sus acabados que hasta nuestros días aún sorprenden, sobretodo por el tamaño de los enormes ladrillos de piedra que en las mejores construcciones encajan a la perfección unos con otros, dando a los muros una apariencia lisa. Los materiales provenían por lo general de canteras próximas a los sitios de construcción; utilizaban instrumentos de cobre o bronce para pulir los bloques, que además eran posteriormente sometidos a desgaste por fricción con arenilla húmeda.
La principal característica de su arquitectura es la forma trapezoidal de las puertas, ventanas y nichos, así como la limitación en altura de todas sus construcciones. Los edificios eran en su mayoría todos de un solo piso, salvo los de Machu Pichu que alcanzaban los dos pisos y la excepción de tres pisos del templo de Viracocha. Pocos españoles lograron apreciar el Cuzco con todo su esplendor, puesto que fue asolado por terremotos o por incendios; los mismos indígenas se encargaron de destruirlo todo cuando comprendieron que estaban derrotados. Pero a partir de unos pocos relatos se pueden extraer observaciones interesantes; según Pedro Sánchez de Hoz, el Cuzco era una ciudad inmensa que ni en ocho días podría recorrerla toda, no vivía gente pobre, y las construcciones eran todas magníficas, aunque los caciques no las habitaban en forma permanente; habían también casas de adobe, estaban todas muy bien ordenadas; las calles todas pavimentadas y con acequias, aunque demasiado estrechas pues podía andar a lo ancho nada más que un caballo; parte de la ciudad está en la montaña y la otra en la planicie; hay una gran plaza con cuatro grandes mansiones donde viven los incas de mayor rango, pintadas y con piedra labrada. “La ciudad estaba rematada por la fortaleza de Sacsahuaman”, que al parecer no tenía nada que envidiarle a las pirámides de Egipto. Los bloques eran gigantescos, algunos con más de cuatro metros de altura, y todos ajustados con sus vecinos a la perfección; era una ciudadela fortificada que contenía en su interior cisternas, palacetes y arsenales llenos de armas
La gente normal no tenía derecho a enriquecerse, vivía en casas modestas, tenía derecho a un cercado, algunos animales domésticos, ropa y algunos útiles. El imperio Inca no practicó la esclavitud en toda la amplitud del término, pero al final del imperio se sabe que varios campesinos eran arrancados de sus comunidades para trabajar las tierras reales. Existía un sistema de tributos no monetario; puesto que en el imperio no circulaba la moneda (ni siquiera en forma rudimentaria como en México y Colombia), los metales no tenían valor más que para el arte suntuario, y la costumbre y las leyes fomentaban el tributo pagado sobretodo bajo la forma de prestación de servicios, especies de mingas a gran escala a los cuales estaban bastante acostumbrados, aunque también debían ofrecer al emperador, por medio de los recaudadores, telas, utensilios y demases. Como el Imperio no conocía otras civilizaciones, su comercio era escaso y nada más que interno, y al no intercambiar bienes no le interesaban estos sino los brazos y piernas de sus habitantes: al Imperio le interesaba construir y cultivar la tierra, y era aquello lo que pedía a cambio de su protección y orden al pueblo Inca.
Todas las construcciones incas han tenido una forma bastante simple, como si fueran construcciones a gran escala de las mismas casuchas del campesinado: cuatro paredes, un techo en punta, una puerta y algunos nichos interiores, incluso las construcciones más sagradas tenían el mismo diseño. Pero la simplicidad de la forma contrasta en cambio con la habilidad única de los incas para disponer a la perfección las piedras que conformaban sus templos y palacios, es decir, lo que las construcciones incas pierden en simpleza lo ganan con los detalles de sus acabados que hasta nuestros días aún sorprenden, sobretodo por el tamaño de los enormes ladrillos de piedra que en las mejores construcciones encajan a la perfección unos con otros, dando a los muros una apariencia lisa. Los materiales provenían por lo general de canteras próximas a los sitios de construcción; utilizaban instrumentos de cobre o bronce para pulir los bloques, que además eran posteriormente sometidos a desgaste por fricción con arenilla húmeda.
La principal característica de su arquitectura es la forma trapezoidal de las puertas, ventanas y nichos, así como la limitación en altura de todas sus construcciones. Los edificios eran en su mayoría todos de un solo piso, salvo los de Machu Pichu que alcanzaban los dos pisos y la excepción de tres pisos del templo de Viracocha. Pocos españoles lograron apreciar el Cuzco con todo su esplendor, puesto que fue asolado por terremotos o por incendios; los mismos indígenas se encargaron de destruirlo todo cuando comprendieron que estaban derrotados. Pero a partir de unos pocos relatos se pueden extraer observaciones interesantes; según Pedro Sánchez de Hoz, el Cuzco era una ciudad inmensa que ni en ocho días podría recorrerla toda, no vivía gente pobre, y las construcciones eran todas magníficas, aunque los caciques no las habitaban en forma permanente; habían también casas de adobe, estaban todas muy bien ordenadas; las calles todas pavimentadas y con acequias, aunque demasiado estrechas pues podía andar a lo ancho nada más que un caballo; parte de la ciudad está en la montaña y la otra en la planicie; hay una gran plaza con cuatro grandes mansiones donde viven los incas de mayor rango, pintadas y con piedra labrada. “La ciudad estaba rematada por la fortaleza de Sacsahuaman”, que al parecer no tenía nada que envidiarle a las pirámides de Egipto. Los bloques eran gigantescos, algunos con más de cuatro metros de altura, y todos ajustados con sus vecinos a la perfección; era una ciudadela fortificada que contenía en su interior cisternas, palacetes y arsenales llenos de armas
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