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Las primeras incursiones españolas tuvieron distinto talante. Hernán Cortés envió varias expediciones marítimas por el océano Pacífico, mientras que Álvar Núñez Cabeza de Vaca emprendía una caminata de ocho años –tan fortuita como fascinante– entre Texas y Sinaloa (1528-1536). Por las mismas fechas, Nuño de Guzmán se enfilaba hacia el noroeste, hasta más allá de Culiacán, y tiempo después fray Marcos de Niza y Francisco Vázquez de Coronado llegaron a lo que actualmente es el suroeste de los Estados Unidos en busca de las imaginarias Siete Ciudades de Cíbola...
Tras ellos llegaron militares, mineros y colonos de distintas razas novohispanas que establecieron defensas fronterizas, explotaron las ricas vetas de plata de las serranías o simplemente emprendieron una nueva vida con la cría de ganado o con cualquier otra actividad que encontraron adecuada. Y si bien lograron fundar muchas de nuestras ciudades norteñas desde el siglo XVI –Zacatecas, Durango y Monterrey, por ejemplo–, también enfrentaron desde fechas muy tempranas una fuerte resistencia indígena.
El norte no sólo era árido y extenso, sino que estaba poblado por numerosos y aguerridos indios que, dado su carácter nómada o seminómada, no podían ser dominados fácilmente. En un principio, estos indígenas fueron llamados “chichimecas”, vocablo despectivo que los desarrollados pueblos de habla náhuatl de Mesoamérica aplicaban a aquellos amenazantes pueblos “bárbaros”. Tras la conquista española de Mesoamérica, la amenaza continuó, de modo que el nombre se mantuvo aún por muchos años.
Los enfrentamientos entre colonos e indios “bárbaros” fueron numerosos. Casi todo el norte, desde el Bajío en adelante, fue escenario en distintas épocas de una larga guerra que no tuvo como enemigos exclusivos de los indios a los españoles. Las últimas batallas contra indios “salvajes” (ese era el término de la época) las ganaron los mexicanos en Chihuahua y Sonora a finales del siglo XIX contra Vitorio, Ju, Gerónimo y otros legendarios líderes apaches.
La historia de la hispanización del norte no se centra, sin embargo, en la colonización y en las distintas guerras chichimecas. Su capítulo más brillante es el de la evangelización.