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La bella hija de un jefe indio, adorada por sus padres, inocente como una paloma y un símbolo verdadero de la castidad pura, apareció un día con las señas inequívocas que preceden a la maternidad.
El jefe de la tribu, presa de una gran indignación, en vano pregunta quién era el causante de su desgracia. La joven nada pudo explicar. El padre entonces la amenazó con la pena de muerte, pero ni aún así obtuvo respuesta. Entonces la joven fue hecha prisionera y condenada.
Y ocurrió que la noche precedente a la ejecución, el jefe tuvo un sueño extraño, se le apareció un ser misterioso, blanco como la nieve, de las cordilleras, quien le dijo que debería considerar virgen a su hija, a pesar de su estado. "Ella no tiene la culpa, ¡no es culpable tu hija!", dijo la aparición.
El padre asombrado hizo caso a las palabras de la aparición, y revocó la pena capital. La muchacha dio a luz a una niña y murió. La criatura, llamada "Maní", fue la alegría de todo el pueblo indio. Era hermosa como una flor del campo, alegre como un pájaro del bosque, y siempre estaba cantando, bailando y riendo, pero ¡ay!, no sobrevivió muchos años a su madre, y pronto se fue para siempre.
Su muerte fue motivo de un duelo inmenso para toda la tribu. La sepultaron al pie de un gran árbol a orillas de la selva virgen. Al poco tiempo aparecieron sobre su tumba las hermosas hojas de una planta extraña, completamente desconocida hasta entonces. Cuando la planta hubo crecido, los indios descubrieron raíces que tenían una carne blanca de sabor exquisito, y entonces comprendieron que el pueblo indio había sido visitado por un mensajero de los dioses, y que ese ser misterioso estaba ofreciendo ahora su carne a la tribu.
La planta recibió el nombre de "Maní ro'o" (carne de Maní), y tal fue el origen de "Mani'o", o Mandi'o.
El jefe de la tribu, presa de una gran indignación, en vano pregunta quién era el causante de su desgracia. La joven nada pudo explicar. El padre entonces la amenazó con la pena de muerte, pero ni aún así obtuvo respuesta. Entonces la joven fue hecha prisionera y condenada.
Y ocurrió que la noche precedente a la ejecución, el jefe tuvo un sueño extraño, se le apareció un ser misterioso, blanco como la nieve, de las cordilleras, quien le dijo que debería considerar virgen a su hija, a pesar de su estado. "Ella no tiene la culpa, ¡no es culpable tu hija!", dijo la aparición.
El padre asombrado hizo caso a las palabras de la aparición, y revocó la pena capital. La muchacha dio a luz a una niña y murió. La criatura, llamada "Maní", fue la alegría de todo el pueblo indio. Era hermosa como una flor del campo, alegre como un pájaro del bosque, y siempre estaba cantando, bailando y riendo, pero ¡ay!, no sobrevivió muchos años a su madre, y pronto se fue para siempre.
Su muerte fue motivo de un duelo inmenso para toda la tribu. La sepultaron al pie de un gran árbol a orillas de la selva virgen. Al poco tiempo aparecieron sobre su tumba las hermosas hojas de una planta extraña, completamente desconocida hasta entonces. Cuando la planta hubo crecido, los indios descubrieron raíces que tenían una carne blanca de sabor exquisito, y entonces comprendieron que el pueblo indio había sido visitado por un mensajero de los dioses, y que ese ser misterioso estaba ofreciendo ahora su carne a la tribu.
La planta recibió el nombre de "Maní ro'o" (carne de Maní), y tal fue el origen de "Mani'o", o Mandi'o.
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