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Después de la publicación de El origen de las especies, Charles Darwin no tardó mucho tiempo en darse cuenta de las implicaciones que su teoría de la evolución por selección natural tendría sobre nuestra concepción de los seres humanos como parte de un reino natural donde los organismos mutan y se adaptan en su proceso de supervivencia. En El origen del hombre extendió su teoría no sólo para explicar características biológicas de los seres humanos, sino también para dar cuenta de muchos rasgos culturales como productos de ese proceso de evolución, entre ellos, el desarrollo de la comunicación y del lenguaje, de normas morales y de cooperación, pero también del arte. Así, Darwin sienta las bases para una explicación naturalista del arte. Darwin escribe, por ejemplo, sobre el origen de la música:
Todos estos hechos relacionados con la música y el habla apasionada se vuelven inteligibles hasta cierto punto, si damos por sentado que nuestros antepasados medio humanos utilizaban los tonos musicales y el ritmo durante el periodo del cortejo, cuando los animales de todo tipo se excitan no sólo por amor, sino por las fuertes pasiones de los celos, la rivalidad y el triunfo. Debemos suponer que los ritmos y las cadencias de la oratoria se derivan de facultades musicales previamente desarrolladas. Por eso podemos entender cómo es posible que la música, el baile, el canto y la poesía sean artes tan antiguas. Podemos ir incluso más lejos y [ . . . ] suponer que los sonidos musicales sentaron una de las bases para el desarrollo del lenguaje De este modo, según Darwin, las artes nacen como parte del proceso de cortejo, que tiene claras funciones reproductivas dentro de la selección sexual, la cual es una forma de la selección natural.