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La enfermedad de María, «bella y transitoria...» (30), se había diagnosticado como epilepsia, el mal responsable de la muerte prematura de su madre. Como el médico le había advertido que los sobresaltos emocionales podían serle fatales, Efraín refrena la declaración amorosa capaz de ponerle fin a su vida.
El poder sobre la vida y la muerte ha estado vinculado a los dioses, porque ellos son entidades externas
al mundo de las cosas, son ellos quienes pueden obrar sobre las fuerzas que las animan. Pero los seres
humanos han contado con embajadores quienes tienen influencia con los dioses o, a la manera de
Prometeo, han podido robarles sus poderes. Los mediums o medicums, esos sacerdotes del cuerpo,
poseen los secretos de los dioses y en virtud de ese poder tienen acceso, casi sin límites, a nuestro
cuerpo: nos desnudan, nos tocan, abren nuestras entrañas, nos administran sus brebajes misteriosos y,
después de que hemos perdido esos 21 gramos*** que nos mantienen con vida, declaran oficialmente que
estamos muertos.
En ese tránsito entre el nacimiento y el último suspiro, la enfermedad es una premonición del fin y la salud
nos aproxima a la eternidad, es por ello que la salud es y ha sido la gran persecución de la humanidad,
porque evita o retarda la fatalidad de la muerte, por extensión o metáfora, la salud transita desde lo
individual hasta lo social y lo cósmico (1). Ahora bien, la salud como proceso vital del hombre no ha
sido ajena a los cambios epistemológicos por los cuales ha atravesado la ciencia, lo que ha hecho que el
concepto haya evolucionado o involucionado dependiendo de los paradigmas en los que en ocasiones
nos ubicamos. De dicha evolución epistemológica me ocuparé en este trabajo y para ello analizaré los
cambios del término “salud” desde “la concepción tradicional” hasta la “concepción posmoderna”.