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La primera vez que quise leer el libro de Jostein Gaarder “El Mundo de Sofía”1
pensé en
encontrarme un texto resumen de la Historia de la Filosofía. No obstante, el tema que hila el escrito —unos
resúmenes y reflexiones de escritos de pensadores de la Filosofía— lo que resaltaba para mí casi
inmediatamente al ir leyendo, era su intención didáctica, de motivación al estudio utilizando preguntas
oportunas y estimulantes para el conocer, y ofrecer el conocimiento de los diversos pensadores que ha
producido la historia, a una persona que está en una edad “difícil de motivar” para ese propósito: una
adolescente.
Posiblemente el aliciente para escribir e investigar este tema —la motivación a la lectura en
adolescentes— aprovechando el escrito de ese libro, radique en las múltiples dificultades que he
conseguido a través de la vida profesional docente, y las que enfrentan mis colegas en muchos sitios al
tratar de enseñar con un medio valioso como es la lectura. Quizá, en lo profundo de la difícil e intrincada
cuestión profesoral, que se plantea en el país con reiterada insistencia, está la desidia para pensar en serio
en como educar a los alumnos en el aula. Presente está también la tendencia a “simplificar” la actividad con
soluciones pre-hechas a diversos temas y, añadido a esto, la poca reflexión a ese contenido específico de
los cursos. Todas estas son actitudes que prepararan muy deficientemente a nuestros alumnos en las
habilidades para resolver problemas usando su intelecto discursivo, empleando excesivamente la
memorización de respuestas y aprovechando muy poco su capacidad reflexiva, al no tener preguntas a las
cuales contestar adecuadamente.
Al continuar la lectura de Gaarder, poco a poco, me fui enterando más de las típicas preguntas que
haría alguien que tiene un estilo filosófico para trabajar intelectualmente, pero lo diferente en este caso es
que esas interrogantes se las hace a una adolescente, en una tarea que me parecería de entrada,
profundamente difícil: motivar a una joven de esa edad a leer filosofía a través de sus autores.
En el sentido de la experiencia de la enseñanza, se suele partir con frecuencia de un prejuicio: lo
filosófico es difícil de entender, mientras más importante es el tema de filosofía, es más difícil de acceder a
ella entendiéndola. Esto es un error. Quien lea con detenimiento y atención, “motivado” a ello, debe
comprender el texto, con la dificultad que presenta cualquier escrito con alguna densidad, ya sea de
filosofía, de matemática o historia, pero puede entrar en ese texto profundamente. Sin embargo, debe
contar con esa primera condición, quien lee debe querer leer y entender.
Esta finalidad —la de acercarnos un poco más a las facetas de la motivación para apoyar la
didáctica— plantea varios problemas a esta intención de investigar aspectos relacionados con el saber
hacer y con uno de sus componentes esenciales como es la motivación. Parece que el camino se recorre
desde la belleza sensible que exalta los sentidos, pasando por la belleza moral que exalta los corazones,
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