• Asignatura: Religión
  • Autor: dulcerl
  • hace 3 años

aiudaaa doy 55 puntos

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Respuesta dada por: silvananohelyas
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solo te puedo ayudar en una y es la primera lo siento

Explicación:

La experiencia de Jesucristo Resucitado tuvo para los discípulos una fuerza transformadora que cambió sus vidas para siempre. El evangelio hace ver que esa fuerza transformadora sigue disponible para nosotros y puede cambiarnos también a nosotros.  

Después que Jesús fue crucificado, muerto y sepultado, el grupo de sus discípulos se disolvió. Y ninguno de ellos creyó a los primeros anuncios de su resurrección. De pronto, sin embargo, algo en su interior los llevó a reunirse de nuevo en Jerusalén, aunque a puertas cerradas, por miedo. Entonces, cumpliendo la promesa que había hecho: donde estén dos o tres reunidos en mi Nombre, allí estaré yo, Jesucristo se les hace presente, atraviesa los muros del miedo y la desilusión, y les da la paz.  

Se presentó en medio de ellos (v.19), en el centro de la comunidad. Jesús es y debe ser el centro de todo lo que la Iglesia –allí representada– realiza o proclama, es el centro íntimo de nuestras personas y el centro de convergencia al que debemos apuntar si queremos darle una orientación segura y fecunda a nuestra vida.  

Y les dijo: La paz esté con ustedes… (vv. 19 y 21). La paz es la señal cierta de la presencia del Resucitado, es su saludo característico, el fruto primero de su Espíritu que actúa en los corazones. La paz, shalom, que en la Biblia es el conjunto de los bienes prometidos por Dios y esperados por la humanidad, fundamenta las relaciones de las personas y de los pueblos en la justicia. La paz es signo de la gracia de Dios en nuestros corazones y del orden social basado en la justicia. La paz restablece al creyente en la confianza, es garantía de la esperanza.  

Entonces, el Señor Jesús les mostró las manos y el costado (v. 20): se les dio a conocer haciéndoles referencia a su historia, a lo que hizo por nosotros. Siempre podemos reconocerlo por lo que Él hace por nosotros.  

Los discípulos comprendieron al mismo tiempo que el Resucitado allí presente era el mismo Jesús de Nazaret, Galilea, Judea y el Calvario, no otro. Y se llenaron de alegría, de la alegría que el mismo Jesús les había anunciado antes de partir: volveré y de nuevo se alegrarán con una alegría que ya nadie les podrá quitar (Jn 16,22). La Iglesia vive de esa alegría, la necesitamos, no se puede vivir sin ella. Ella demuestra que confiamos en la presencia continua del Señor en la Iglesia: el Señor no la abandonará; salvada, nadie ni nada prevalecerá contra ella.

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