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MISTERIOSAMENTE, NO SE HA OIDO AL primer constituyente que exclame convencido que la Constitución del 91 es muy buena o que lo dejó completamente satisfecho. Y sólo hay una explicación de esa timidez: la íntima convicción de los constituyentes de que la nueva Constitución tiene cosas buenas, cosas malas y cosas feas, y que sólo el tiempo dirá cual de estas tres características terminara primando.
LO BUENO
La primera cosa buena que tiene la Constitución del 91 es que el país nacional logró hacer el cambio que quería introducir en el país político. Se sacó una reforma constitucional con el grupo mas heterogéneo pero representativo de todo el país, a través de un proceso que estuvo sellado por el consenso político. No hubo ni una sola gran pelea irreconciliable, ni grandes divisiones estilo Santa Fe vs. Millonarios sobre los principales temas nacionales objeto de reforma. Eso fue civilizado, fue moderno y fue apaciguador de las pasiones políticas. Para comenzar, ahí hay un nuevo país. Un buen nuevo país.
Una de las mejores cosas que tiene la nueva Constitución, aunque pueda sonar raro, es que respetó la estructura del Estado que creó la Carta de 1886, sin que la demagogia que hizo su agosto en otros aspectos constitucionales como veremenos más adelante, hubiera contagiado la esencia de las tres ramas del poder público. El sistema político se mantuvo, pero ajustado a las nuevas necesidades del país. Entre los ajustes mas revolucionarios está la circunscripción nacional de los futuros senadores, fuerte golpe para los gamonales departamentales y una invitación para la apertura política para sectores como la guerrilla y los indígenas. Los tradicionales vicios parlamentarios como la manga suelta en materia de auxilios, los viajes indiscriminados y las suplencias se corrigieron, y el centro del poder, aunque se mantendrá en la Presidencia, sera ahora más compartido con el Congreso, a través de figuras como el voto de censura a los ministros y la mayor intervención del Congreso en la planeación económica. Curiosamente, aunque el voto de censura asusta a muchos, ni es nuevo ni es original
En el pasado fue presentado y misteriosamente retirado del proyecto de la Constitución del 86 por José María Samper, y luego vuelto a presentar en 1933 por Moisés Prieto y en 1946 por Jorge Soto del Corral para los ministros de Hacienda.
También es conveniente que se haya respetado, tal y como se estableció desde el 86, la función de la fuerza pública como factor de cohesión nacional. Sólo que se actualizó para incluir a la Fuerza Aérea y a la Armada, pues antes sólo se hablaba del Ejército Nacional.
Buena la reforma de la justicia, curiosa mezcla de cambios profundos con algunos saltos al vacío. El cambio del sistema inquisitivo al acusatorio significa que, de ahora en adelante, los jueces no investigaran, sino que fallaran. Como quien dice, zapatero a tus zapatos. Para investigar se crea la Fiscalía General de la Nación, inevitable figura dentro del nuevo régimen judicial que, sin embargo, podría volverse un salto al vacío si termina pareciéndose a la norteamericana, que se ha convertido en un sistema de negociación y en un trampolín político.
Es bueno el Consejo de la Judicatura, que manejara con autonomía la parte administrativa de la justicia y que, por consiguiente, tendra que actuar como una especie de hada madrina que debera sacar a la justicia colombiana en el estado de Cenicienta en que se encuentra.
Es bueno que la Procuraduría sea de ahora en adelante un órgano autónomo e independiente de la rama ejecutiva. Y también es interesante la figura del Defensor del Pueblo, que no sólo defendera sino que promovera la defensa de los derechos humanos. Sin embargo, sería bueno que la ley se apurara y delimitara campos de acción, para que Defensor y Procurador -¿quién es subalterno de quién?- no terminen pisandose antipaticamente las mangueras.
Buenas también son las reformas a la Contraloría, cuya cabeza sera ahora elegida por el Congreso en pleno y no por una sola camara. Tendra período de seis años y no sera reelegido. Se acaba el control previo, madre de infinitas vagabunderías, y se pasa al posterior. Ademas, se crea la figura del Contador Nacional: aunque parezca increíble, ¡en Colombia no se llevaban cuentas!.
Bueno el revolcón al Banco de la República y al manejo de la política monetaria (tan bueno sera que hasta le hizo campaña el propio Banco de la República). Buena la revolución en materia de planeación, que por fin permitira que se entienda la economía con el derecho.
Buenos los mecanismos de participación ciudadana como los referendos, los plebiscitos y la posibilidad de que la gente ejerza iniciativa legislativa, pues permitira una aproximación clave, y ojala definitiva, del país nacional con el político.
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