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El amor al prójimo se debe hacer evidente ante todo en la comunidad: “Cada uno de nosotros agrade a su prójimo en lo que es bueno, para edificación" (Ro. 15:2). Jesús enseña: “Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros; como yo os he amado [...]. En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros" (Jn. 13:34-35). Por lo tanto, el amor que los seguidores de Cristo se profesan entre ellos, es una señal que distingue a la comunidad del Señor.
El parámetro utilizado para medir su amor pasa por la “regla de oro" de Mateo 7:12: Que cada uno ame al otro, así como Cristo a los suyos. Este amor se hizo ostensible en la primera comunidad cristiana cuando la multitud de creyentes eran “un corazón y un alma" (Hch. 4:32). Igualmente las comunidades fueron exhortadas una y otra vez a que hubiera en ellas reconciliación, paz y amor.
1 Juan 4:7 y los versículos siguientes relacionan el mandamiento del amor recíproco con el mandamiento del amor a Dios. El Apóstol describe, en el envío de su Hijo y en el sacrificio de Cristo, la aparición del Dios lleno de amor para con los hombres, llegando a la siguiente conclusión: “Amados, si Dios nos ha amado así, debemos también nosotros amarnos unos a otros". Continúa en forma consecuente la ilación de pensamientos: Si alguno dice: Yo amo a Dios, y aborrece a su hermano, es mentiroso. Deduce de ello que: “Y nosotros tenemos este mandamiento de él: El que ama a Dios, ame también a su hermano".
Por ende, el amor a Dios se manifiesta también en la amable dedicación hacia el hermano y la hermana en la comunidad, independientemente de su manera de ser o de su posición social. El Apóstol Santiago califica de incompatible con la “fe en nuestro glorioso Señor Jesucristo" que se hagan diferencias dentro de la comunidad. Sea donde fuere que estuviesen dirigidos los prejuicios en la comunidad, estos violan el mandamiento del amor al prójimo. Santiago concluye de esto: “... pero si hacéis acepción de personas, cometéis pecado" (Stg. 2: 1-9).
El “amor recíproco" evita el ser irreconciliable, los prejuicios, el menosprecio de algún miembro de la comunidad. Si ya el mandamiento del amor al prójimo pide dedicarse a los semejantes y ayudarlos en situaciones de necesidad, esto debe ser demostrado ante todo en la comunidad: “Hagamos bien a todos, y mayormente a los de la familia de la fe" (Gá. 6:10).
El “amor recíproco" es una fuerza especial que hace mantenerse unidos en la comunidad y confiere calidez a la vida en la misma. Evita que los conflictos, que se producen en toda sociedad humana, se conviertan en disputas constantes. Capacita para aceptar al hermano y la hermana como son (Ro. 15:7). Aunque las ideas, las estructuras del pensamiento y la conducta de algún miembro de la comunidad sean incomprensibles para los demás, esto no debe llevar a menospreciarlo ni discriminarlo, sino a ser tolerantes con él.
Además, este amor permite ver el hecho de que el otro también es uno de los elegidos de Dios, los “santos y amados". A partir de este reconocimiento surge el deber de tratarse recíprocamente con entrañable misericordia, benignidad, humildad, mansedumbre y paciencia. Si hay algún motivo de queja, se procurará perdonar conforme a la palabra: “... de la manera que Cristo os perdonó, así también hacedlo vosotros". El Apóstol Pablo aconseja: “Y sobre todas estas cosas vestíos de amor, que es el vínculo perfecto" (Col. 3:12-14).
Cada comunidad local puede ser vista bajo la imagen del cuerpo de Cristo; cada uno que pertenece a la comunidad es un miembro de este cuerpo. Así todos los miembros de la comunidad están unidos el uno con el otro y comprometidos el uno con el otro por la cabeza en común: “Dios ordenó el cuerpo [...] para [ ...] que los miembros todos se preocupen los unos por los otros". Cada uno sirve al bienestar del todo participando de la vida del otro; se sobreentiende que es compasivo con el dolor y se regocija por lo bueno que le sucede al otro. “De manera que si un miembro padece, todos los miembros se duelen con él, y si un miembro recibe honra, todos los miembros con él se gozan". Todos deben ser conscientes de lo siguiente: “Vosotros, pues, sois el cuerpo de Cristo, y miembros cada uno en particular" (1 Co. 12:26-27).
En la primera epístola a los Corintios, en el capítulo 13, el Apóstol Pablo indica a la comunidad el camino del amor, lo cual finaliza con las palabras: “Y ahora permanecen la fe, la esperanza y el amor, estos tres; pero el mayor de ellos es el amor". Si en la comunidad se vive el amor, las repercusiones serán más amplias de lo que pueden hacer todos los dones, aptitudes, reconocimientos y sabíduría.