Respuestas
Respuesta:
Creo que es esta Coronita plis? :D
Explicación:
La democracia constituye un ideal que pretende la libertad y la igualdad de
los seres humanos. Ese ideal pretende hacerse efectivo, en la práctica, a través
de un conjunto de normas e instituciones específicas, dando origen así a los
sistemas políticos democráticos.
Los sistemas democráticos son muy frágiles y por ello su existencia se
halla sometida a riesgos constantes que emanan tanto del seno de los propios
sistemas como de sus enemigos externos. Sin despreciar la importancia de estos
últimos, cabe afirmar que, en el momento actual, y al menos en lo que se refiere
a los sistemas democráticos ya consolidados, los principales retos y desafíos no
provienen tanto del exterior, cuanto de su propia estructura y funcionamiento. Se
da así una situación paradójica en la que la aparente fortaleza exterior de la
democracia contrasta con la languidez y debilidad interna de la mayor parte de
los actuales sistemas políticos democráticos.
Estamos viviendo momentos de crisis, de cambios muy profundos. Toda
crisis implica un proceso de destrucción y construcción que nunca es simultáneo,
un proceso en el que, al diagnóstico conocido de los vicios presentes, a la
certeza de las estructuras e instituciones viejas, se opone la incertidumbre de lo
desconocido y de las alternativas futuras. En esta situación, los sistemas
democráticos se ven obligados a mantener un difícil equilibrio derivado de las
tensiones provocadas entre una estructura social y tecno-económica burocrática
y jerárquica, y un orden político formalmente asentado en la igualdad y la
participación (D. Bell, 1982, p. 23ss).
¿Cómo dar respuesta a esa inestable anomalía, a ese desfase
actualmente vigente entre las nuevas realidades sociales y el viejo orden
político? En el momento actual se está optando, con carácter general, por
mantener una defensa a ultranza de la vieja normalidad, atrincherarse en las
viejas instituciones y estructuras, manipular su funcionamiento, y otorgarles una
función que tiene muy poco que ver con la que realmente les corresponde. Ello
supone desvirtuar el papel de esas instituciones convirtiéndolas en no pocos
casos en un puro simulacro. La actividad actual de muchos Parlamentos
constituye una buena prueba del resultado de esta actitud. Se trata de una
actitud bastante generalizada que nos está llevando a un determinismo fatalista,
a un «pathos» metafísico justificador de la despolitización y que consiste en la
creencia de la imposibilidad de cambio o mejora de los sistemas actuales. Un
fatalismo asentado, en definitiva, en la comodidad de lo ya conocido.
El resultado de todo ello es que no se acepta la democracia por sus
virtudes intrínsecas, sino por los defectos de los otros sistemas. Es una opción
por exclusión. No se vive la democracia, simplemente se la soporta.
A esta situación se ha llegado por dos razones fundamentales. En primer
lugar, una creencia generalizada entre nosotros que tiende a considerar el actual
sistema político democrático como el mejor de los sistemas «posibles», cuando
en realidad es tan sólo el mejor de los sistemas «hasta ahora conocidos». Esto
ha traído como consecuencia una renuncia en toda regla, por parte de los
actuales sistemas políticos, a la búsqueda permanente de la «utopía»
democrática entendida como una crítica de lo que es y una representación de lo
que debe ser.
Renunciar a la aspiración de un sistema mejor, o en definitiva, de un
mundo mejor, implica renunciar a una de las aspiraciones más queridas del ser
humano como es el deseo de perfección constante, y eso, en el ámbito político,
puede acabar derivando en una renuncia al propio sistema democrático. La
democracia es el producto resultante de la tensión dialéctica existente entre sus
hechos y sus valores. Una democracia sin valores es una democracia a la deriva,
una democracia inerme, incapaz de generar los anticuerpos necesarios para
responder a las amenazas y desafíos que se le plantean, e incapaz de
regenerarse y adaptarse a las nuevas situaciones. Por ello es preciso revitalizar
los sistemas democráticos a fin de evitar que las actuales democracias inermes
se conviertan en democracias definitivamente inertes.
La segunda razón, derivada de la anterior, radica en la incapacidad de los
actuales sistemas democráticos para adecuarse a las nuevas realidades y
situaciones. El desfase entre la sociedad civil y las instituciones, entre la
constitución formal y la constitución material, resulta lisa y llanamente abismal.
Mientras que la realidad social, política, económica, cultural, tecnológica, etc... se
apresta con decisión a afrontar los retos del siglo XXI, los vigentes sistemas
políticos democráticos siguen anclados en los viejos esquemas decimonónicos o,