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Respuesta:
La verdadera experiencia de Dios es la experiencia del trascendente, del totalmente otro, del incomprensible. Solo así se trata verdaderamente de Dios y no de una creatura (ídolo), simple proyección humana. En la tentación panteísta de la divinización, en que el hombre se disuelve en la divinidad, se pierde la verdadera trascendencia, trascendencia respecto a mi 'yo' y a mi mundo. Pero para que el trascendente, a la vez, me conmueva y remezca (para que me toque), tiene que ser mi salvación, lo que implica que Dios está cercano, que es, en cierto sentido, inmanente al mundo. Si por la inmanencia dejara de ser el Dios trascendente, no me salva. Dicho de otra forma, la experiencia de Dios es de relación o unión transformante con el trascendente. Esa es la salvación, a la que aspiramos (2). La experiencia religiosa se juega, pues, en la afirmación, a la vez, de esta trascendencia y de esta inmanencia.
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