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Respuesta:
En tiempos remotos, los elefantes no tenían trompa, solo una nariz negra y redonda, grande como una bota, que movían de un lado a otro, pero con la que no podían agarrar nada.
En ese tiempo, vivía en África un elefantito curioso que quería saberlo todo y nunca se cansaba de preguntar a todo el mundo.
Una vez, preguntó a su tía el avestruz por qué tenía plumas en la cola, pero su tía le dio un coscorrón con su larga pata.
Preguntó a su otra tía, la jirafa, cómo le habían salido las manchas en la piel, pero su tía le dio un coscorrón con su pezuña.
También preguntó a su rechoncho tío el hipopótamo por qué tenía los ojos tan rojos, pero su tío le dio un coscorrón con su enorme pata.
Preguntó igualmente a su peludo tío el babuino por qué los melones eran dulces, pero su tío le dio un coscorrón con su mano peluda.
Aun así, el elefantito seguía sintiendo una curiosidad insaciable y hacía preguntas sobre todo aquello que veía, oía, olía o tocaba.
Una espléndida mañana de verano, el elefantito hizo una pregunta que hasta entonces nunca había formulado:
—¿Qué come el cocodrilo?
Pero dándole un coscorrón, le gritaron todos a la vez:
—¡Cállate!
Se marchó, muy triste, en busca de su amigo el pájaro Kolokolo.
—Mi padre me ha dado un coscorrón, mi madre me ha dado un coscorrón, y todos mis tíos y tías me han dado un coscorrón —se quejó el pobre elefantito—. Y todo por preguntar. Pero a pesar de los coscorrones, yo quiero saber qué come el cocodrilo.
El pájaro Kolokolo le contestó con su triste voz:
—Ve a orillas del río Limpopo, el de aguas verdosas y grises, y allí descubrirás lo que quieres saber.
A la mañana siguiente, el elefantito cargó cincuenta kilos de plátanos y diecisiete melones para el viaje y se despidió de toda su familia.
—Adiós —les dijo—. Me voy al río Limpopo, el de aguas verdosas y grises, para averiguar qué come el cocodrilo.
Todos le dieron un coscorrón para desearle buena suerte, y él se puso en marcha.
El camino era largo. Subió montañas, atravesó valles y dirigiéndose siempre hacia la salida del sol llegó, por fin, a la orilla del río Limpopo, el de aguas verdosas y grises, tal y como el pájaro Kolokolo le había dicho.
Debéis comprender que hasta esa misma semana, día, hora y minuto, el elefantito nunca había visto un cocodrilo y no tenía ni idea de cómo era.
A la primera que encontró fue a una serpiente boa bicolor enroscada sobre una roca, y le preguntó:
—Hola, ¿has visto un cocodrilo por aquí?
—¿Qué si he visto un cocodrilo? —preguntó a su vez, la serpiente boa bicolor—¿Y qué querrás saber luego?
—Luego quiero saber qué come.
La serpiente boa de dos colores se desenroscó rápidamente y le dio al elefante un coscorrón con la punta de la cola.
—¡Ay!. mi padre, mi madre y mis tías y tíos siempre me dan coscorrones por preguntar demasiado, y tú haces lo mismo.
El elefantito se despidió de la serpiente y prosiguió su camino.
Por fin, llegó al río Limpopo, el de aguas verdosas y grises, y en la orilla tropezó con lo que le pareció un tronco caído. Pero aquello era, nada más y nada menos, que el cocodrilo, y el cocodrilo guiñó un ojo.
—Hola —le dijo el elefante cortésmente—, ¿has visto por aquí un cocodrilo?
El cocodrilo, entonces, guiñó el otro ojo y levantó media cola del barro. Al ver lo que hacía, el elefantito dio un salto atrás, pues no quería recibir otro coscorrón.
—¿Por qué te alejas? —preguntó el cocodrilo.
—Disculpa, pero es que todo el mundo me da coscorrones cuando pregunto y no quiero recibir otro.
—Pues no preguntes más —dijo el cocodrilo—, porque el cocodrilo soy yo.
Y se puso a llorar lágrimas de cocodrilo para demostrar que era cierto.
—¡Por fin! Te he estado buscando durante muchos días. ¿Me puede decir qué comes?
—Claro, chiquitín. Acércate, te lo susurraré al oído.
El pequeño elefante acercó la cabeza a la boca dentuda del cocodrilo y el cocodrilo lo agarró por la nariz, que hasta ese misma semana, día, hora y minuto no había sido más grande que una bota, aunque mucho más útil.
—Creo —dijo el cocodrilo entre dientes—, que hoy empezaré… ¡comiendo un elefante!
El elefantito, muy molesto, le dijo hablando con la nariz tapada:
—¡Suéltabbe, que be hace’ dallo!
La serpiente boa bicolor, que lo había visto todo, se acercó a la orilla:
—Amigo elefante, si no tiras hacia atrás enseguida con todas tus fuerzas, creo que ese pedazo de piel —Se refería al cocodrilo— se te llevará antes de que puedas decir esta nariz es mía.
El elefantito clavó sus patas traseras en el suelo y tiró y tiró y volvió a tirar con todas sus fuerzas, hasta que su nariz empezó a estirarse.
Mientras tanto, el cocodrilo daba coletazos en el agua haciendo espuma, y seguía tirando y tirando y la nariz del elefantito seguía alargándose más y más.