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el peligro señalado por el Responsable de la Huerta podría ser conjurado con levantar un valladar de tierra, de unos tres palmos, entre la huerta y el almacén de granos.
Esto podía dar lugar a necias interpretaciones en el pueblo, aunque la fama de discreción, pureza y honestidad de las huérfanas sería de fijo un valladar contra la suspicacia maliciosa.
Al cabo de tres horas de remo, río arriba, tenemos que encontrar aquel valladar de árboles -aquella muralla de troncos, como trazada a cordel – donde está la entrada del caño de paso.
Y, si caía fuego del cielo como en Sedom y Amora, ¿qué toldo extenderían que los amparase? Y, si se desatasen las aguas y se saltasen su curso, ¿qué valladar pondrían? ¿Y si un ejército de jinetes del desierto entrase, y, tomando los niños por sus piernecillas, les estampasen contra los muros sus cabezas?, preguntaban con los ojos convertidos en ceniza las llorosas mujeres.
Una vez en la cima, lo que faltaba por hacer fue obra de poco tiempo: los centinelas salvaron de un solo salto el valladar que separa el sueño de la muerte; el fuego, aplicado con teas de resina al puente y al rastrillo, se comunicó con la rapidez del relámpago a los muros; y los escaladores, favorecidos por la confusión y abriéndose paso entre las llamas, dieron fin con los habitantes de aquella guarida en un abrir y cerrar de ojos.
Quizá Sutpen no tuvo que esperar siquiera a que él llegase, la Navidad siguiente, a verla, para comprenderlo todo; tal vez eso fue lo que resultó
de los tres meses en que Enrique habló sin que Bon lo escuchase: No me hablan de una jovencita, de una doncella, sino de un estrecho terreno virgen, delicado y buen cercado de valladar, ya arado y dispuesto, de modo que sólo será necesario que yo arroje en él la simiente y lo acaricie nuevamente, alisándolo.
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