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Es una historia acerca de el conflicto bélico que se daba en la época medieval entre los persas y los judíos de la época.
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Publicada en 1928, Matalaché, la obra cumbre de Enrique López Albújar, plasma la desigualdad de clases y razas en el Perú virreinal. Sus protagonistas, muestran dramáticamente el enfrentamiento entre los latifundistas costeños y sus esclavos, traídos desde el África. Juan Francisco Ríos era el dueño de La Tina, un caserón ubicado en Piura, donde se fabricaba jabón. No tenía fachada elegante, pero sí ambientes lo suficientemente cómodos como para recibir la llegada desde Lima, de María Luz, la niña de los ojos del amo de La Tina.
Desde un primer momento, la joven mostró una actitud de cambio en la fábrica. A su cuidado estaba la vieja Casilda y una moza de nombre Rita, traída desde hacía muy poco para ser apareada con José Manuel, el mulato conocido como Matalaché. Para envidia de los otros esclavos, Matalaché era el padrillo de La Tina, el que tenía el “deber” de hacer procrear esclavos fuertes y hábiles. Su contextura y rasgos finos lo hacían distinto del común de negros, a ello había que agregarle su habilidad para la guitarra y los trabajos en cuero. Esta diferencia hizo que María Luz reparase en él, no como esclavo hábil, sino como hombre. La atracción inmediata entre ambos fue percibida por un negro congo, que solía cantar cada vez que venía una moza a “pasar por los brazos” del mulato en la hacienda:
Cógela, cógela, José Manué; Mátala, mátala, matalaché... No te la coma solito, pití; Deja una alita siquiera pa´mí.
La pasión se apoderó de María Luz, que dejando de lado todo recato, se hizo pasar por Rita y citó a Juan Manuel al llamado “cuarto del pecado”. El engaño duró poco, pues el mulato confesó el sentimiento prohibido que sentía por su ama. Al sentirse correspondida, la joven dio rienda suelta a su amor contenido. Desde ese entonces, furtivamente, Matalaché subía a perderse en los brazos de su amada, escuchando a lo lejos el canto burlesco del negro congo.
Producto de la pasión, María Luz quedó fecundada. Los malestares propios del embarazo, habían preocupado a su padre quien escuchó la ironía velada del canto de su esclavo, a quien conminó a decir a qué mujer visitaba Juan Manuel en los altos de La Tina. Casilda quiso evitar el enojo del patrón y se echó la culpa. Juan Francisco Ríos no creyó la mentira e hizo que Martina, la enfermera personal de María Luz, confesara. Su mundo de soberbia pareció destruirse: Su hija, la niña de sus ojos estaba preñada de uno de sus esclavos. Era inconcebible.
Pasada la ira inicial, un odio irracional dominó su espíritu y la sed de venganza se convirtió en obsesión. El mulato tenía que pagar con creces la ofensa. Lo mandó a traer. Matalaché estaba sereno, había rezado la noche anterior como buen cristiano y aceptaba la muerte impuesta por el amo. Él sabía lo que le esperaba desde que fue engrilletado y metido al calabozo.
Con la dignidad de todo ser humano se enfrentó a su verdugo, que le espetaba su condición de negro y esclavo.
- Ya ve usted don Juan –le dijo- cómo no es preciso ser negro para ser una bestia. ¿Quién es aquí la bestia, usted o yo?... Enloquecido, Juan Francisco de los Ríos, ordenó que se cumpliera el castigo. Dos fornidos congos levantaron al mulato hacia la tina hirviente, quien desafiante dejó un último mensaje al amo . - Que el jabón que va hacer conmigo le sirva para lavarse la mancha que le va a caer y para que la niña María Luz lave al hijo que le dejo y que seguramente será más generoso y noble que usted, porque tiene sangre de sonjo.
Un alarido de dolor retumbó en La Tina que por última vez, hizo jabón. Quince días después fue cerrada la fábrica y se puso un letrero que decía:
SE TRASPASA , EN SAN FRANCISCO DARÁN RAZÓN.
Desde un primer momento, la joven mostró una actitud de cambio en la fábrica. A su cuidado estaba la vieja Casilda y una moza de nombre Rita, traída desde hacía muy poco para ser apareada con José Manuel, el mulato conocido como Matalaché. Para envidia de los otros esclavos, Matalaché era el padrillo de La Tina, el que tenía el “deber” de hacer procrear esclavos fuertes y hábiles. Su contextura y rasgos finos lo hacían distinto del común de negros, a ello había que agregarle su habilidad para la guitarra y los trabajos en cuero. Esta diferencia hizo que María Luz reparase en él, no como esclavo hábil, sino como hombre. La atracción inmediata entre ambos fue percibida por un negro congo, que solía cantar cada vez que venía una moza a “pasar por los brazos” del mulato en la hacienda:
Cógela, cógela, José Manué; Mátala, mátala, matalaché... No te la coma solito, pití; Deja una alita siquiera pa´mí.
La pasión se apoderó de María Luz, que dejando de lado todo recato, se hizo pasar por Rita y citó a Juan Manuel al llamado “cuarto del pecado”. El engaño duró poco, pues el mulato confesó el sentimiento prohibido que sentía por su ama. Al sentirse correspondida, la joven dio rienda suelta a su amor contenido. Desde ese entonces, furtivamente, Matalaché subía a perderse en los brazos de su amada, escuchando a lo lejos el canto burlesco del negro congo.
Producto de la pasión, María Luz quedó fecundada. Los malestares propios del embarazo, habían preocupado a su padre quien escuchó la ironía velada del canto de su esclavo, a quien conminó a decir a qué mujer visitaba Juan Manuel en los altos de La Tina. Casilda quiso evitar el enojo del patrón y se echó la culpa. Juan Francisco Ríos no creyó la mentira e hizo que Martina, la enfermera personal de María Luz, confesara. Su mundo de soberbia pareció destruirse: Su hija, la niña de sus ojos estaba preñada de uno de sus esclavos. Era inconcebible.
Pasada la ira inicial, un odio irracional dominó su espíritu y la sed de venganza se convirtió en obsesión. El mulato tenía que pagar con creces la ofensa. Lo mandó a traer. Matalaché estaba sereno, había rezado la noche anterior como buen cristiano y aceptaba la muerte impuesta por el amo. Él sabía lo que le esperaba desde que fue engrilletado y metido al calabozo.
Con la dignidad de todo ser humano se enfrentó a su verdugo, que le espetaba su condición de negro y esclavo.
- Ya ve usted don Juan –le dijo- cómo no es preciso ser negro para ser una bestia. ¿Quién es aquí la bestia, usted o yo?... Enloquecido, Juan Francisco de los Ríos, ordenó que se cumpliera el castigo. Dos fornidos congos levantaron al mulato hacia la tina hirviente, quien desafiante dejó un último mensaje al amo . - Que el jabón que va hacer conmigo le sirva para lavarse la mancha que le va a caer y para que la niña María Luz lave al hijo que le dejo y que seguramente será más generoso y noble que usted, porque tiene sangre de sonjo.
Un alarido de dolor retumbó en La Tina que por última vez, hizo jabón. Quince días después fue cerrada la fábrica y se puso un letrero que decía:
SE TRASPASA , EN SAN FRANCISCO DARÁN RAZÓN.
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