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Respuesta:
La infancia de Gabriel García Márquez en Aracataca, Magdalena, estuvo poblada de fantasmas. Eran espectros que salían al encuentro del futuro escritor en las horas más pavorosas de la noche. En la casa de sus abuelos maternos algunas habitaciones tenían sus propias apariciones y se convertían en territorio prohibido para los niños. En el cuarto del hospital, por ejemplo, penaba el alma de la tía Petra –muerta cuando Gabriel tenía dos años– y se aparecía cantando romanzas tristes inventadas por ella misma.
Explicación:
Otro fantasma con el que García Márquez convivió fue el de un niño que mataron de un tiro en una cantina del pueblo por derramarle el trago a un forastero. El coronel Nicolás Márquez siempre le recordaba ese asesinato a su nieto cada vez que lo llevaba a una cantina a tomar un refresco.
En Vivir para contarla, Gabo cuenta que su abuela Tranquilina Iguarán alimentaba con sus supersticiones los miedos entre los más pequeños de la casa. “Era la mujer más crédula e impresionable que conocí jamás por el espanto que le causaban los misterios de la vida diaria”, relata el escritor, “veía que los mecedores se mecían solos, que el fantasma de la fiebre puerperal se había metido en las alcobas de las parturientas, que el olor de los jazmines del jardín era como un fantasma invisible, que un cordón tirado al azar en el suelo tenía la forma de los números que podían ser el premio mayor de la lotería, que un pájaro sin ojos se había extraviado dentro del comedor y sólo pudieron espantarlo con La Magnífica cantada”.