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Agustín de Iturbide tenía intenciones de convertirse en emperador desde que negoció el Tratado de Córdoba, y con ese fin había modificado una de las cláusulas del Plan de Iguala para que, en caso de negarse un noble español a ocupar el trono de México, el Congreso pudiera nombrar un emperador.
Para conseguir ese nombramiento, Iturbide recurrió a las armas, ya que no contaba con suficientes apoyos. Así, el 18 de mayo de 1822 varios cuarteles se amotinaron para presionar al Congreso, y el mismo día Iturbide fue proclamado emperador; los diputados que se opusieron a tal nombramiento fueron apresados y el Congreso fue disuelto el 31 de octubre.
El empleo de la fuerza militar por Iturbide estableció costumbres peligrosas. Siguiendo este método, Antonio López de Santa Anna, un general de apenas 27 años se sublevó en el puerto de Veracruz, luego de haber proclamado el Plan de Casamata, en el que pedía el establecimiento de un nuevo Congreso. Contaba con el apoyo de los viejos generales independentistas Vicente Guerrero y Nicolás Bravo. Así fue que el 19 de marzo de 1823, ante la presión militar a que fue sometido, Iturbide renunció al trono que ocupó durante diez meses.
Para cuando esto ocurría México era ya una nación independiente, pero las primeras décadas de vida fueron muy duras para nuestro país, ya que los desórdenes y las rebeliones armadas se volvieron muy frecuentes. México experimentó diferentes formas de gobierno durante esos años, muchas veces impuestas por medio de la violencia y el engaño y, desde luego, usando al ejército para conseguir el poder.
Al final del imperio de Iturbide, se permitió el desarrollo de dos formas de percibir la parte política, incubadas a lo largo de la colonia,:
Por parte de la logia yorkina: el Partido Liberal
y por parte de la logia escocesa: el Partido Conservador.