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Tras un año de pandemia, la ciencia es uno de los elementos sociales más presentes en nuestra vida. No solo por la relevancia de todo lo que ha ocurrido en los hospitales, sino por la exigencia de saber qué estaba pasando con el virus. A nivel biológico y médico, pero también social. Este ha sido y es un gran tema de estudio sociológico y mediático. Ahora sabemos más del virus, de las estrategias para combatirlo desde varios frentes y de cómo nuestros hábitos se pueden cambiar tras cierto aprendizaje.
Tras un año de presencia de la ciencia en la sociedad, quizá sea ya el momento de evaluar un efecto nada despreciable. Nos referimos a investigar hasta qué punto el gran esfuerzo de divulgación científica llevado a cabo ha calado fuera del estricto ámbito de cada disciplina científica y del ambiente sanitario. ¿Se entienden entre sí los biólogos, sociólogos, médicos, químicos, psicólogos, economistas, físicos, historiadores y matemáticos? ¿Qué información basal va a quedar como poso en el gran público cuando pase cierto tiempo? ¿Seremos realmente más científicos?
Si se considera que la ciencia abre las puertas de la verdad y que es infalible, en cuanto muestra su aspecto frágil e inseguro, en cuanto reconoce que hay aspectos que se le escapan, incluso que son inabordables, puede generar frustración y desencanto en quienes necesiten saber todo al instante. Más en este tiempo que nos ha tocado vivir, entrenados para acceder y disponer de la información a golpe de clic. Sufriríamos las consecuencias de pedirle a la ciencia lo que esta no puede dar o, traducido al refrán popular, estaríamos pidiendo peras al olmo.
Un ejemplo lo estamos viviendo estos meses. A finales de diciembre, contra todo pronóstico, llegaban las primeras vacunas. La necesidad de poner fin a la pandemia originó una desmedida expectación y un exceso de confianza en el sistema científico. Ahora, al toparnos con sus limitaciones, con las dificultades propias de cualquier proceso de producción biotecnológica y con la evaluación ética de cuáles son los grupos prioritarios y el orden de vacunación, surgen la desconfianza y las acusaciones arbitrarias. Algo así como el desenamoramiento tras un modo de amar demasiado irreal que puede conducir, y no sería la primera vez, al rechazo, incluso al desprecio, de la ciencia en favor de saberes ocultos y de teorías conspiranoicas. Así es como funciona la falacia ad ignoratiam: de lo que no sabe se sigue lo que más le atraiga al ignorante.
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