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Necesitamos aire libre y esparcimiento. Eso es lo primero que constatamos estos días de encierro. El confinamiento y las restricciones nos hacen valorar la libertad y darle una dimensión distinta a la que estamos acostumbrados. La narrativa belicista que se ha impuesto legitima además un control social que no está exento de prácticas antidemocráticas.
También tomamos mayor conciencia de cuánto necesitamos la protección, estos días claramente simbolizada en un sistema de salud fuerte que nos dé tranquilidad en el caso de que nosotros o nuestros hijos e hijas y seres queridos caigan enfermos. ¡Cuántas personas cruzamos los dedos para no tener que ir a un hospital en estos días!
Necesitamos alimentarnos: la idea de posibles desabastecimientos ha desatado el pánico en los supermercados ante la percepción de una hipotética inseguridad alimentaria. Hemos sentido todas estas necesidades amenazadas y esto nos genera miedo.
Hay otras necesidades, sin embargo, a las que el confinamiento ha dado rienda suelta. La necesidad de participación (la cantidad de iniciativas de apoyo, de formación y de entretenimiento surgidas de forma espontánea ha sido sorprendente), la necesidad de ocio (contenidos online, música, lectura, juegos de mesa… todo el mundo busca en casa algún espacio de ocio solitario o compartido a lo largo del día), la necesidad de entendimiento (estos días se consumen grandes dosis de información de todo tipo en relación a la pandemia). También la necesidad de afecto está cobrando mayor valor estos días de aislamiento en los que la imposibilidad de ayudar y tener contacto físico con nuestros seres queridos nos recuerda lo importantes que son para nuestra vida. Tomamos conciencia también de que necesitamos poder enterrar dignamente a nuestros muertos y despedirnos de ellos de forma ritual. También los aplausos diarios en los balcones dan de algún modo cuerpo a otra necesidad básica: la identidad colectiva.
Hay necesidades que estos días satisfacemos tirando de imaginación: la producción globalizada provoca que dependamos de las importaciones de China para abastecer nuestro sistema sanitario de determinados productos como mascarillas, que al parecer no tenemos capacidad de fabricar (otro ejemplo de falta de resiliencia ante una situación como la actual) y nuestras necesidades de imaginación, participación y afecto suplen esa carencia aportando soluciones caseras y colectivas: desde grupos de costureras que se organizan desde casa a tutoriales caseros sobre cómo hacerte una mascarilla con una gorra y un vinilo. Pero evidentemente esto tiene un límite.