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Semana Santa Marinera de Valencia.
Desde que nací soy cofrade de la Real Hermandad de Nuestro Padre Jesús Nazareno, perteneciente a la parroquia de Santa María del Mar, desde siempre he salido en las procesiones y he estado ahí para servir y apoyar, desde procesionar con total solemnidad con mi cofradía, empujar el trono, o tocar el tambor, que siempre ha sido una de mis grandes pasiones. A los tres años hice mi primer entierro andando y tocando y a los ocho ya era el que redoblaba y ni la lluvia ni el calor lograban parar mi alegría y entusiasmo por procesionar, nada ni nadie me paraba.
Los días previos a la Semana Santa son una mezcla de sensaciones, entre alegría y pasión, gozo y tristeza, porque son los días en los que los semanasanteros salimos de casa y llenamos las calles con nuestras fiestas, pero un verdadero semanasantero como yo me considero, nunca puede olvidar el verdadero sentido de esta fiesta. En apenas una semana celebramos toda la pasión del Señor, la entrega de Jesús que muere por cada uno de nosotros para salvarnos del pecado y llevarnos a la salvación, para después al tercer día resucitar y darnos paso a la vida eterna. Un verdadero semanasantero, sabe perfectamente (o debería saber) que una procesión, no es un desfile ni un pasacalle, una procesión no es para lucirse, sino para dar gloria al único que la merece. Por eso yo sigo saliendo, porque las procesiones de pasión, de luto, son un perfecto momento para la intimidad con Él, para acordarse de aquellas personas a las que has hecho mal y en el silencio como bien muestra nuestra imagen, ser como Simón de Cirene y ayudar a Jesús cargando con tu cruz del día a día. Pero no todo es pasión y penitencia, porque también hay procesiones de gozo y alegría, donde por supuesto que hay que ir con una sonrisa en la boca y la cabeza bien alta, pero no para que te miren ni te griten guapa/o, sino porque esos días, son días de dar gracias a Dios, son dos domingos, día del Señor, el primero es el día en el que Jesús entra en Jerusalén montado en un borrico y la gente lo espera y recibe como a todo un gran rey, con palmas y ramas de olivo y haciéndole un camino con alfombras y mantos, mientras que el segundo es el día en el que el propio Jesús, contra toda ley física, abandona el sepulcro y se sienta a la derecha del Padre.
El primer día de Semana Santa, desaparecen los nervios y todo es emoción, ilusión por poder volver a disfrutar de estas fiestas tan nuestras en los poblados marítimos. Conforme van pasando los días, uno sigue porcesionando, yendo a misa, disfrutando de este gran misterio y llega el momento clave, el momento que lo articula todo y desde el que empieza todo, el Triduo Pascual, esos días tan importantes para los cristianos. El primer día recordamos la Ultima Cena con la instauración del sacerdocio, de la Eucaristía y el amor fraterno, el segundo día, la muerte de Jesús y la famosa procesión del Santo Entierro, para finalmente rematar con la celebración más importante del Año Litúrgico, la Vigilia Pascual. Esta celebración es la que todo buen semanasantero espera con muchas ganas (o debería esperar) y a las que todo el mundo debería acudir. En ella Jesús resucita y viene a nuestro encuentro.
El último día de la Semana Santa, el domingo de Resurrección, ya todo va rodado, el cansancio va pesando pero ese día no se nota, la fuerza del Espíritu nos renueva, nos llena y hace que rebosemos de alegría y gozo.
Para finalizar, quisiera decir que esto que he escrito, lo he hecho de corazón, por amor a esta fiesta y por amor a Dios, para hacer ver al mundo que la Semana Santa no es (o no debe ser) una simple fiesta, un simple conjunto de pasacalles, sino que tiene un verdadero sentido y porque esto no es desfilar y ya está, sino que es un acompañamiento a Jesús en su calvario y una acción de gracias a Dios, puedo decir que Estoy Orgulloso de ser Semanasantero.
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Con la Semana Santa, el cristiano conmemora el Triduo Pascual, es decir, los momentos de la Pasión, la Muerte y la Resurrección de Jesucristo. La Semana Santa está precedida por la Cuaresma, en que se recuerda el tiempo de preparación de 40 días que pasó Jesucristo en el desierto.