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Las civilizaciones agrícolas se establecieron en regiones con características semejantes, ello les permitió desarrollar la agricultura, tener una alimentación segura y excedentes, lo que hizo posible la diversificación del trabajo y la aparición de las primeras ciudades, aunque el desarrollo de cada civilización tuvo características propias.
Las civilizaciones agrícolas dependían de los elementos (como el Sol y la lluvia), por lo que los consideraron dioses.
Los sacerdotes se encargaban de elaborar un calendario para conocer las épocas de crecida de los ríos o las temporadas de lluvia y establecer cuándo era conveniente sembrar y cosechar. Esto hizo que ocuparan un lugar muy importante en la sociedad ya que de sus conocimientos dependía la subsistencia de la comunidad. Se les consultaba para conocer el oráculo o respuesta profética de los dioses y a través de ellos los gobernantes tomaban decisiones importantes.
De esta forma los gobiernos de las sociedades agrícolas son llamados teocráticos (del griego teos, dios y cratos, gobierno); es decir, sistemas dirigidos por sacerdotes o por personas que eran jefes políticos y religiosos.
Cuando estas civilizaciones alcanzaban un gran desarrollo político y militar, formaban ejércitos lo suficientemente poderosos para someter a pueblos de regiones cercanas. Una vez conquistados, les imponían la obligación de pagarles tributo; esto es, determinada cantidad de alimentos y de los mejores objetos que produjeran. De esta manera, los pueblos dominados contribuían al engrandecimiento de sus conquistadores.
La casta superior era la de los sacerdotes o brahamanes, dedicados al estudio de los textos sagrados y a la meditación; después venían los nobles y los guerreros, siempre asesorados por brahamanes.
En estas sociedades agrícolas el poder se transmitía de manera hereditaria, de padres a hijos, formando dinastías, que sólo cambiaban cuando no había descendientes o si otra familia derrocaba por la fuerza a la establecida en el trono y usurpaba el lugar de la anterior.
Para entender la organización social de estos pueblos, se puede recurrir a su comparación con la estructura de una pirámide dividida en varios pisos, donde la base la formaban los esclavos, encargados de las labores más pesadas; después estaban los campesinos, quienes producían los alimentos; seguían los artesanos, que transformaban los productos agrícolas; por encima de ellos estaban los guerreros, quienes protegían el territorio e iban a la guerra y capturaban enemigos para hacerlos esclavos; arriba se encontraban los sacerdotes y los escribas (funcionarios que, como conocían el arte de escribir, se encargaban de la administración y registro de las cosas del reino, así como de los asuntos legales). A partir de esta clase, los hombres sabían leer, escribir y conocían secretos científicos. En la punta de la pirámide estaban los faraones, patesis o emperadores, según el nombre que les daba cada pueblo. Ellos representaban la máxima autoridad generalmente considerada de origen divino.
A partir de la aparición de la propiedad privada fue más importante la línea paterna para determinar la descendencia, esto originó el patriarcado; por tanto, los hombres eran los encargados del gobierno y la administración pública.
En estas sociedades las mujeres se dedicaban al hogar y tenían diferentes derechos y obligaciones respecto a los hombres.
Sin embargo, en Egipto la mujer disfrutaba de derechos, incluido el acceso a la ciudadanía, la educación y el poder político. Incluso, a fines de este imperio, se dio el caso de mujeres faraonas, como Cleopatra. Además, tenían el derecho de adquirir, poseer bienes y cobrar a sus esposos intereses sobre el dinero que ellas les prestaban.
En contraste, en India y China la mujer estaba confinada al hogar y subordinada al hombre, a quien debía obediencia y respeto. En China, por ejemplo, la mujer aceptaba que el hombre tuviera una segunda mujer y siempre caminaba unos pasos atrás de él; aunque el lugar de la primera esposa era respetado por la sociedad.
Las civilizaciones agrícolas dependían de los elementos (como el Sol y la lluvia), por lo que los consideraron dioses.
Los sacerdotes se encargaban de elaborar un calendario para conocer las épocas de crecida de los ríos o las temporadas de lluvia y establecer cuándo era conveniente sembrar y cosechar. Esto hizo que ocuparan un lugar muy importante en la sociedad ya que de sus conocimientos dependía la subsistencia de la comunidad. Se les consultaba para conocer el oráculo o respuesta profética de los dioses y a través de ellos los gobernantes tomaban decisiones importantes.
De esta forma los gobiernos de las sociedades agrícolas son llamados teocráticos (del griego teos, dios y cratos, gobierno); es decir, sistemas dirigidos por sacerdotes o por personas que eran jefes políticos y religiosos.
Cuando estas civilizaciones alcanzaban un gran desarrollo político y militar, formaban ejércitos lo suficientemente poderosos para someter a pueblos de regiones cercanas. Una vez conquistados, les imponían la obligación de pagarles tributo; esto es, determinada cantidad de alimentos y de los mejores objetos que produjeran. De esta manera, los pueblos dominados contribuían al engrandecimiento de sus conquistadores.
La casta superior era la de los sacerdotes o brahamanes, dedicados al estudio de los textos sagrados y a la meditación; después venían los nobles y los guerreros, siempre asesorados por brahamanes.
En estas sociedades agrícolas el poder se transmitía de manera hereditaria, de padres a hijos, formando dinastías, que sólo cambiaban cuando no había descendientes o si otra familia derrocaba por la fuerza a la establecida en el trono y usurpaba el lugar de la anterior.
Para entender la organización social de estos pueblos, se puede recurrir a su comparación con la estructura de una pirámide dividida en varios pisos, donde la base la formaban los esclavos, encargados de las labores más pesadas; después estaban los campesinos, quienes producían los alimentos; seguían los artesanos, que transformaban los productos agrícolas; por encima de ellos estaban los guerreros, quienes protegían el territorio e iban a la guerra y capturaban enemigos para hacerlos esclavos; arriba se encontraban los sacerdotes y los escribas (funcionarios que, como conocían el arte de escribir, se encargaban de la administración y registro de las cosas del reino, así como de los asuntos legales). A partir de esta clase, los hombres sabían leer, escribir y conocían secretos científicos. En la punta de la pirámide estaban los faraones, patesis o emperadores, según el nombre que les daba cada pueblo. Ellos representaban la máxima autoridad generalmente considerada de origen divino.
A partir de la aparición de la propiedad privada fue más importante la línea paterna para determinar la descendencia, esto originó el patriarcado; por tanto, los hombres eran los encargados del gobierno y la administración pública.
En estas sociedades las mujeres se dedicaban al hogar y tenían diferentes derechos y obligaciones respecto a los hombres.
Sin embargo, en Egipto la mujer disfrutaba de derechos, incluido el acceso a la ciudadanía, la educación y el poder político. Incluso, a fines de este imperio, se dio el caso de mujeres faraonas, como Cleopatra. Además, tenían el derecho de adquirir, poseer bienes y cobrar a sus esposos intereses sobre el dinero que ellas les prestaban.
En contraste, en India y China la mujer estaba confinada al hogar y subordinada al hombre, a quien debía obediencia y respeto. En China, por ejemplo, la mujer aceptaba que el hombre tuviera una segunda mujer y siempre caminaba unos pasos atrás de él; aunque el lugar de la primera esposa era respetado por la sociedad.
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