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Cinco correos sentados en un banco en el exterior del convento situado en la cumbre del Gran San Bernardo, en Suiza, contemplando las remotas cumbre teñidas por el sol poniente, como si se hubiera derramado sobre la cima de la montaña una gran cantidad de vino tinto que no hubiera tenido tiempo todavía de hundirse en la nieve.
Este símil no es mío. Lo expresó en aquella ocasión el más vigoroso de los correos, que era alemán. Ninguno de los otros le prestó más atención de lo que me habían prestado a mí, sentado en otro banco al otro lado de la puerta del convento, fumándome mi cigarro como ellos, y también como ellos contemplando la nieve enrojecida y el solitario cobertizo cercano en donde los cuerpos de los viajeros retrasados iban saliendo, y desaparecían lentamente sin que pudiera acusárseles de vicio en aquella fría región
Este símil no es mío. Lo expresó en aquella ocasión el más vigoroso de los correos, que era alemán. Ninguno de los otros le prestó más atención de lo que me habían prestado a mí, sentado en otro banco al otro lado de la puerta del convento, fumándome mi cigarro como ellos, y también como ellos contemplando la nieve enrojecida y el solitario cobertizo cercano en donde los cuerpos de los viajeros retrasados iban saliendo, y desaparecían lentamente sin que pudiera acusárseles de vicio en aquella fría región
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