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El planteamiento freudiano acerca del origen de la diferencia entre los sexos y la construcción de la masculinidad/feminidad en los seres humanos ha sido objeto de controversia en el psicoanálisis a lo largo del siglo XX, más exactamente a partir de los años veinte, en los que Freud (1923) teoriza la fase fálica y su preeminencia para la comprensión de la identidad sexual de niños y niñas. Ahora bien, una de las dificultades que Freud nos lega es la de haber tomado el sexo biológico como fundamento para la identidad masculina o femenina.
La revisión de dicha polémica en el campo del psicoanálisis ha sido realizada por la doctora Emilce Dio Bleichmar en su obra La sexualidad femenina. De la niña a la mujer (1997). Como bien muestra en su recorrido, diferentes escuelas del psicoanálisis se han enzarzado en discusiones sobre el conocimiento más o menos temprano de la niña sobre sus genitales, con el fin de establecer si hay o no una feminidad primaria. El debate comienza todavía en vida de Freud, sostenido por representantes de la escuela inglesa (E. Jones, M. Klein) y una autora americana, Karen Horney, a propósito de la existencia de una primitiva identidad femenina, pero siempre ligada al sexo biológico.
En Francia, Jacques Lacan, habría operado un cambio de rumbo, al hacer una lectura más simbólica y menos biológica de lo fálico en la teoría psicoanalítica, pero sosteniendo la preeminencia del falo como significante de la identidad. El problema es que, en la obra de Lacan, el binomio fálico-castrado se mantenía en pie y, por tanto, la feminidad quedaba signada como aquello que no se puede inscribir simbólicamente. Pese a la complejidad de muchos de los análisis de Lacan, de los que no podemos ocuparnos aquí, es preciso señalar que su teoría sobre lo masculino y femenino vuelve a erigirse sobre un símbolo, el falo, que siempre va a tener un referente anatómico.
Sin entrar a fondo en estos debates, magistralmente tratados en la obra de Dio Bleichmar, lo que nos interesa retener de ellos es la permanente insistencia en hacer girar la identidad masculina o femenina sobre la problemática, biológica o simbólica, de los órganos sexuales. En otros términos, la incapacidad para discriminar sexualidad e identidad. La posibilidad de pensar en una identidad relacionada con los ideales del yo, que va a sufrir desgarros y articulaciones con la identidad sexual, se nos presenta como imprescindible para entrar en este debate del psicoanálisis, en el que siempre persiste la inquietud acerca de la sexualidad femenina, reconvertida en inquietud por la feminidad.
A finales de la década de los sesenta, Stoller (1968), apoyándose en los trabajos de Money (1982), introduce en el psicoanálisis el concepto de “núcleo de la identidad de género”, para dar cuenta de una primera identificación masculina/femenina, la cual es previa en el desarrollo infantil al descubrimiento de la diferencia entre los sexos. Con este término, el autor nos plantea una primera identificación de la niña con la madre que lleva el cuño indiscutible de lo femenino y que no sufrirá alteración en cuanto identidad, aunque sí posibles problemas de orden sexual.
El concepto de género tuvo una enorme resonancia, sobre todo fuera del psicoanálisis: en el pensamiento feminista. La sociología, la antropología y las ciencias sociales en general, lo incorporaron desde el feminismo y acabaron haciendo de él un concepto central para la interpretación de todas las cuestiones relacionadas con las mujeres. Su rápida imposición como categoría de pensamiento en estas áreas ha hecho que con frecuencia se olviden sus orígenes, y que el género se identifique como un concepto creado por el feminismo. El éxito del termino, detrás del cual se esconde a veces una cierta confusión sobre los contenidos conceptuales, ha hecho que pasara a formar parte, en estas dos últimas décadas, del lenguaje político; y, desde ahí, incluso, se ha trasladado al lenguaje común.