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No es difícil constatar que estamos en un mundo donde hay constantemente grandes progresos tecnológicos y científicos. Esto nos podría llevar a pensar que el mundo progresa para bien. La medicina, los medios de comunicación, las posibilidades económicas, ofrecerían una cierta seguridad ante el futuro. Sin embargo, junto a ello descubrimos también que se nos puede hacer cada vez más difícil creer en lo que no vemos, en lo que no podemos medir y constatar por medio de los sentidos. Por otra parte, en no pocas situaciones los mismos “progresos” logrados muestran sus límites y carencias. Crece así en nosotros una cierta insatisfacción que nos lleva a constatar que en esos progresos materiales no están todas las respuestas. En el fondo de nuestros corazones nos damos cuenta de que no podemos vivir sólo de las cosas materiales sino que «tenemos necesidad de amor, de significado y de esperanza, de un fundamento seguro, de un terreno sólido que nos ayude a vivir con un sentido auténtico también en la crisis, las oscuridades, las dificultades y los problemas cotidianos»[3].
Eso fue lo que descubrió y vivió la Virgen en Nazaret. Su apertura a Dios hizo posible que el Señor Jesús se encarnara para vivir, morir y resucitar por nosotros. Ella no sólo creyó en Dios, sino que también le creyó a Dios, y por eso no dudó en pronunciar aquel “Hágase en mí según tu Palabra” que dio paso a nuestra salvación. La Madre nos enseñó así que también nosotros debemos vivir «un confiado entregarse a un “Tú” que es Dios, quien me da una certeza distinta, pero no menos sólida que la que me llega del cálculo exacto o de la ciencia»[4].
Santa María cree en Dios no porque necesita inventarse algo para explicar lo que no entiende. Cree porque, en apertura a la gracia divina, reconoce a Dios como fundamento último de toda su vida, reconoce a Dios que es Amor y que «no puede engañarse ni engañarnos»[5]. Ella tiene la certeza de que Dios existe y que ama a los suyos, y que Él obra para salvar a la humanidad. La Virgen María nos enseña que la fe no es una irracionalidad o un absurdo, sino una respuesta a Alguien. Es una respuesta a Dios que quiere caminar junto a nosotros, encontrarse cara a cara con nosotros, para conducirnos al encuentro pleno y definitivo con Él. Nuestra fe no es creencia en una deidad abstracta, sino es fe en Jesucristo, verdadero hombre y verdadero Dios, que se entregó por nosotros los hombres para nuestra salvación.