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Los Perfectos de Florida eran como los de cualquier otro barrio. No eran gordos, pero tampoco flacos. No eran demasiado altos y mucho menos bajos. Tenían todos los dientes iguales y jamás se comían las uñas. No eran miedosos ni temerarios. No se reían a carcajadas ni lloraban a moco tendido. Siempre estaban bien peinados y nunca hablaban con la boca llena.
Aunque los Perfectos de Florida eran pocos, decidieron formar el Club de los Perfectos. Fue el tercer club de Florida. Los otros dos eran el Deportivo Santa Rita, un club de fútbol, y el club de los bailes, el Social Juan B. Justo.
El Club de los Perfectos estaba en una casa con grandes ventanales y una verja de rejas negras, en la calle Warnes. Los sábados por la noche, los Perfectos iban al club. Se sentaban alrededor de una mesa con mantel almidonado y vajilla deslumbrante. Comían tranquilos y masticaban bien. Nunca parecían tener hambre. Ni prisa. Ni sueño.
Tan diferentes eran que los floridenses se acostumbraron a ir a mirarlos. Desde fuera, porque al club solo entraban los
Perfectos.
Un sábado estaban ahí los Perfectos, tan perfectos como siempre alrededor de la mesa, cuando pasó lo que tenía que pasar. Pasó una cucaracha. Una cucaracha lisita, negra, brillante, que trepó por el mantel almidonado y
empezó a caminar entre los platos.
El primero que la vio fue un Perfecto rubio. La cucaracha se acercaba hacia su plato. El Perfecto se levantó bruscamente, volcó la silla y empujó con el codo el plato, que se estrelló contra el suelo.
La cucaracha seguía recorriendo la mesa.
Los Perfectos estaban sobresaltados. Algunos se subían a las sillas
Aunque los Perfectos de Florida eran pocos, decidieron formar el Club de los Perfectos. Fue el tercer club de Florida. Los otros dos eran el Deportivo Santa Rita, un club de fútbol, y el club de los bailes, el Social Juan B. Justo.
El Club de los Perfectos estaba en una casa con grandes ventanales y una verja de rejas negras, en la calle Warnes. Los sábados por la noche, los Perfectos iban al club. Se sentaban alrededor de una mesa con mantel almidonado y vajilla deslumbrante. Comían tranquilos y masticaban bien. Nunca parecían tener hambre. Ni prisa. Ni sueño.
Tan diferentes eran que los floridenses se acostumbraron a ir a mirarlos. Desde fuera, porque al club solo entraban los
Perfectos.
Un sábado estaban ahí los Perfectos, tan perfectos como siempre alrededor de la mesa, cuando pasó lo que tenía que pasar. Pasó una cucaracha. Una cucaracha lisita, negra, brillante, que trepó por el mantel almidonado y
empezó a caminar entre los platos.
El primero que la vio fue un Perfecto rubio. La cucaracha se acercaba hacia su plato. El Perfecto se levantó bruscamente, volcó la silla y empujó con el codo el plato, que se estrelló contra el suelo.
La cucaracha seguía recorriendo la mesa.
Los Perfectos estaban sobresaltados. Algunos se subían a las sillas
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