• Asignatura: Castellano
  • Autor: carlosjuan250220
  • hace 3 años

LA MUERTE DE IVÁN ILICH
La vida de Iván Ilich era una historia que no podía ser más vulgar y corriente, y más horrible.
Iván Ilich, muerto a los cuarenta y cinco años como miembro de la Cámara Judicial, era hijo de un funcionario que
había hecho en Petersburgo, en distintos ministerios y departamentos, la carrera que lleva a los hombres a una situación
en que, a pesar de mostrar su completa incapacidad de ejercer unas funciones realmente útiles, atendido su puesto en el
escalafón y sus dignidades, no pueden ser despedidos, y por eso ocupan cargos imaginarios y ficticios, por lo que gozan
de unos sueldos no ficticios entre los seis mil y ocho mil rubios, con los que viven hasta la vejez más avanzada.
Así era lliá Efimovich Golovín, consejero secreto y miembro innecesario de diversas e innecesarias situaciones.
Había tenido tres hijos varones, Iván Ilich era el segundo. El primogénito había hecho la misma carrera que
el padre,
aunque en otro ministerio, y se acercaba a la edad, dentro del escalafón, en que da comienzo esta inercia de los sueldos.
El hijo tercero era un fracasado. Siempre, en diversos puestos, había quedado muy mal, y ahora prestaba servicio en los
ferrocarriles; lo mismo el padre que los hermanos, y particularmente la esposa de estos. Se resistían a verse con él; es
más, salvo una necesidad extrema, ni siquiera se acordaban de su existencia. [..] Iván Ilich era, según decían, le phoenix
de la famille [el fénix de la familia]. No era tan frío y cumplidor como el mayor ni tan alocado como el menor. Ocupaba
un termino medio: era un hombre inteligente, vivo, agradable y decoroso. Había estudiado con el hermano menor, en la
Escuela de Jurisprudencia. El menor no llegó a acabar los estudios, siendo expulsado en el quinto curso; Iván Ilich, en
cambio, acabó con aprovechamiento. En la Escuela, era ya lo que había de ser toda su vida: una persona capaz, alegre,
bondadosa y comunicativa, pero que cumplía rígidamente lo que consideraba su deber; y un deber era para él cuanto se
consideraba como tal por los hombres más encumbrados. No fue adulador ni de chico ni luego, de adulto, pero desde
sus años mozos se sintió atraído, como mosca hacia la luz, por las personas encumbradas en la sociedad; hacía suyas
sus maneras y conceptos de la vida y entablaba con ellos relaciones amistosas. Todas las pasiones de la infancia y la
juventud pasaron por él sin dejar grandes huellas; se entregó también a los placeres sensuales, a la vanidad y-ya al
final, en los últimos cursos- al liberalismo, pero todo dentro de ciertos límites que le señalaba fielmente su sentimiento
de la medida.​

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Respuesta dada por: virginiadzibbojorque
3

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