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Respuesta:
No supe que mi padre me estaba vendiendo ni siquiera cuando escuché aquel extraño diálogo.
-¿Cuánto?
-Veinte.
-Es mucho.
-Es fuerte.
-Está delgado.
-Pero es fuerte.
-¿Qué edad tiene?
-Catorce.
-No parece tener más de doce.
Iba a decir que tenía doce años, en efecto. No entendía porque mi padre se equivocaba, o mentía. Pero cuando busqué sus ojos él me los hurtó, esquivos, lo mismo que un ciervo huyendo de la flecha que le persigue.
-Encontraré otro comprador.
Mi padre fue a cogerme de la mano.
-Espera -le detuvo el hombre-. Te doy diez.
-Es muy poco. Necesito veinte.
-Nadie te dará veinte.
-Diecinueve.
-Once.
-Dieciocho.
-Doce.
No sabía de qué hablaban, salvo que hablaban de mí.
Los ojos de mi padre siempre habían sido profundos, pero desde la muerte de mi madre, esa profundidad se había hecho angostura. La mirada surgía desde lo más hondo de aquellas cuevas, y era dolorosa. Por primera vez, en el último año, habíamos pasado hambre. La tierra se secaba y los animales se morían. Como ella. Como Kebila Yasee.
La recuerdo tan hermosa pese a que con el nacimiento de mi noveno hermano enfermó y perdió toda su energía.
-Diecisiete.
-Trece.
-Dieciséis.
-Catorce.
-Quince.
-Quince.
Se dieron la mano.
Después, el hombre extrajo de su bolsillo aquel dinero. Se llamaban dólares. Eran verdosos y estaban muy arrugados. Los contó y los entregó a mi padre.
Tras ello, mi padre mi miró por última vez.
Y en lo más profundo de aquellas cuevas, en cuyo fondo estaban sus ojos, vi los ríos de la Luna amortiguados y contenidos por la presa de su emoción.
Mi padre no lloró ni con la muerte de mi madre, aunque pasó muchos días solo tras ella.
-Prométeme que tendrá una vida mejor -le dijo al hombre.
-La tendrá -aseguró él-. Una familia, estudiará, trabajará...
Mi padre bajó la cabeza y, entonces, se dio media vuelta y echó a andar.
Yo traté de seguirle, pero el hombre me retuvo.
-¿Padre?
Silencio.
-¡Padre!
Quise caminar tras él. Entonces la mano que me retenía se hizo garra en mi hombro.
Forcejee.
-¡Padre!
-Quieto -dijo el hombre.
Mi padre se empequeñeció. La distancia lo robó de mi cercanía. Su olor, su calor, su gesto. Todo se hizo difuso. Recuerdo sus pies desnudos hollando la senda que nunca volvería a pisar. Recuerdo su espalda encorvada. Recuerdo el recodo del camino que lo devoró igual que un león agazapado.
-Padre... -susurré por última vez.
Y al desaparecer él, en la mano del hombre apareció, como por arte de magia, una vara de madera con la que me golpeó de pronto.
-¡Vamos, andando! -me gritó.
Explicación:
hay disculpa que no te lo di todo no me sale lo demas