• Asignatura: Geografía
  • Autor: franivillalta
  • hace 3 años

en Qué cultura su medicina se basaba en la magia y religión​

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Respuesta dada por: Codi0
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No se la vrd

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Respuesta dada por: David167553
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A pesar de que observemos desde la óptica de nuestra formación científica, la profesión de médico tiene misterios insondables que se pierden en la oscuridad de antigüedad. Son misterios propios del ser humano.

 

Inmersos en nuestra actual cultura occidental, donde predomina la luminosidad de la Ciencia y la Tecnología, no es fácil, o tal vez es imposible, comprender plenamente otras culturas del pasado, e incluso del presente, donde la magia y la religión ocupan un lugar preponderante. Independientemente de ello, a pesar de la diversidad, en todas las sociedades humanas, la magia y la religión están presentes en mayor o menor medida, también hoy, en todo lo que pensamos e imaginamos. El arte de la medicina, no es ajena a ello, aunque ahora esté empapada de Ciencia y Tecnología.

 

A pesar del inmenso desarrollo tecnológico, el ser humano es el mismo allá y aquí, independientemente del tiempo o del lugar geográfico. Los resultados de la interrelación entre el ser humano y la Naturaleza pueden modelar diferencias importantes según el lugar, pero en el fondo el sustrato es el mismo: un ser humano siempre sorprendido por los fenómenos de la realidad que le rodea, con preguntas sobre su futuro, su destino.    

 

El ser humano habita en el lenguaje, como decía Heidegger, por necesidad de su carácter gregario, y habita en una cultura que deja rastros; gracias a ello los espíritus perduran en el tiempo y los investigadores de la historia toman contacto con ellos. Sucede así por ejemplo, a través de la interpretación de los jeroglíficos egipcios, lo que permite aproximarse a una de las culturas más antiguas y a los seres que vivieron hace más de 5000 años. Desde ese entonces hasta el presente los rastros muestran que la magia, la religión y la medicina están en íntima relación, sin límites definidos,  dependientes de la óptica con la que se mire.

 

Sigmund Freud plantea que la evolución de la humanidad atraviesa por tres etapas: una primera etapa animista, una segunda etapa religiosa y finalmente una tercera etapa científica, en la que estamos, pero sin abandonar a las anteriores1.

Las situaciones en las que la realidad es ingobernable, como puede ser la enfermedad u otra desgracia, provoca la aparición de ideas que se nos imponen, producto del deseo, y que se traducen en conjuros o cábalas o promesas a los Dioses a cambio de la salvación, la sanación.

 

El ser humano todo lo anima, desde que es niño y dibuja al sol con ojos y boca; el adulto se enoja y patea una silla por un tropiezo, como si ella fuera capaz de haberse interpuesto voluntariamente en el camino; como si fuera capaz de sentir. En los pueblos primitivos todo está animado con mucha más fuerza que en la actualidad occidental: objetos y animales, accidentes geográficos y climatológicos.  

 

Freud en Totem y Tabú utiliza el término omnipotencia de las ideas para referirse a lo que sucede en la etapa mágica. El término fue sugerido por uno de sus pacientes que padecía un trastorno obsesivo compulsivo.1 Según Freud todos los enfermos obsesivos son supersticiosos, y “casi siempre en contra de sus más arraigadas concepciones”.  Define a la omnipotencia de las ideas como “el predominio concedido a los procesos psíquicos sobre los hechos de la vida real”, y plantea que esta actitud está en el hombre salvaje “que cree poder transformar el mundo exterior sólo con sus ideas”. Esta es la base de la magia de la fase animista, que espera superar los obstáculos, y entre ellos, la enfermedad o la muerte, sobre la base de distintos procedimientos que conducen al sujeto hacia la protección de un  poder misterioso. En la base de estas construcciones está la imaginación dominada por los deseos.

 

Dice Freud que “En la fase animista se atribuye el hombre a sí mismo la omnipotencia: en la religiosa, la cede a los dioses, sin renunciar de todos modos seriamente a ella, pues se reserva el poder de influir sobre los dioses, de manera a hacerlos actuar conforme a sus deseos. En la concepción científica del mundo no existe ya lugar para la omnipotencia del hombre, el cual ha reconocido su pequeñez y se ha resignado a la muerte y sometido a todas las demás necesidades naturales. En nuestra confianza en el poder de la inteligencia humana, que cuenta ya con las leyes de la realidad, hallamos todavía huellas de la antigua fe en la omnipotencia.”1  

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