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La historia de las haciendas durante la época porfiriana se ha distorsionado; de acuerdo con la historia oficial, el pueblo vivía casi en la esclavitud y en terribles condiciones de vida y la hacienda era símbolo de explotación y desigualdad, sin embargo, esto no es del todo cierto, el país era un mosaico y cada región presentaba su propia problemática, hubo haciendas donde los peones vivían de una manera digna y otras donde la desigualdad era lacerante.
El crecimiento económico del porfiriato agravó la desigualdad pero a nivel nacional y tanto en las zonas rurales como en las zonas urbanas. 11 de los 15 millones de habitantes del país vivían en zonas rurales hacia 1910. Los campesinos formaban el 62% de la población económicamente activa.
Existían las grandes haciendas en todo el país que ocupaban un cuarto del territorio nacional y pertenecían a cerca de 1000 familias. Al gobierno no le preocupaba la concentración de tierra en pocas manos, sino el abastecimiento de maíz para el pueblo, que por lo regular sólo se conseguía importándolo.
Sin embargo, los mismos aires modernizadores permitieron la producción de productos orientados a la exportación como el café, tabaco, guayule, algodón, cacao, ixtle y principalmente azúcar.
Había regiones, sobre todo en las zonas donde las haciendas eran altamente productivas como las de Morelos que llegaron a ocupar el 2º. lugar mundial en la producción de azúcar o las haciendas tabacaleras y henequeneras del sureste cuyas materias primas generaban grandes riquezas a nivel mundial. Las haciendas más pequeñas llegaron a alcanzar las diez mil hectáreas y las más grandes hasta cien mil.
En estas zonas la explotación era un hecho. Los hacendados habían despojado a los pueblos de sus tierras y la gente, los campesinos libres, tuvieron que incorporarse obligatoriamente a la economía de las haciendas donde privaban las malas condiciones de vida, castigos corporales, cárceles privadas, explotación y las deudas que pasaban de generación en generación a través de las famosas tiendas de raya.
Las tierras comunales de los pueblos se fueron perdiendo frente a la voracidad de los hacendados de estas regiones. En el norte las haciendas no eran tan rentables -con excepción de Chihuahua donde el latifundio de Luis Terrazas había modernizado la región-.
Sus grandes extensiones eran más un símbolo de estatus social y sus actividades productivas impulsaban el mercado local, pero no se insertaban en una dinámica económica nacional. En la región central del país se desarrollaron haciendas y ranchos cerrados y autárquicos, es decir, que producían todo lo necesario para vivir cotidianamente como en los siglos anteriores. Al estallar la revolución, hubo casos donde los peones decidieron quedarse a defender las propiedades donde laboraban.
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