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En cuanto al nacionalismo político, el problema es cómo evitar la universalización que elimine, que haga tabla rasa de la inmensa diversidad cultural, lingüística y de formas comunitarias del mundo, pero a la vez haga lo propio con los nacionalismos excluyentes, que preceden en muchas ocasiones al fascismo. Sobre esta cuestión clave se han escrito opiniones y propuestas muy diversas, que van desde el realismo hasta la utopía, pero que en todo caso demuestran la importancia del Estado-nación. Enumeremos algunos ejemplos de posiciones diferenciadas frente a los nacionalismos excluyentes.
Simone Weil defendía como ideales pequeñas comunidades que permitan la democracia participativa, directa, aunque pensaba que la sociedad actual tenía tendencia estructural al dominio y la opresión, y situaba aquel ideal en otra humanidad, considerando la presente pre-humana.
Josep Fontana citaba una forma interesante de superación del Estado-nación procedente de Medio Oriente, quizás la zona del mundo con mayores conflictos entre Estados constituidos y naciones sin Estado, como los pueblos kurdo y palestino. Esto decía el recién fallecido historiador: «Otra propuesta que sería interesante considerar, pero de la que conocemos todavía demasiado poco, es la de Abdullah Öcalan, el dirigente del PKK kurdo, aprisionado por los turcos desde 1999, que hace unos años propuso la fórmula del confederalismo democrático, que propone reemplazar el Estado-nación por un sistema de asambleas o consejos locales que generen autonomía sin crear el aparato de un Estado».
David Harvey está de acuerdo en la descentralización política según el tipo de problemas, pero apunta que la política internacional y los aspectos medioambientales requieren estructuras políticas lo más globales posible. En la sociedad actual, es necesario desarrollar una sensibilidad universalista desde el punto de vista ético, de la justicia y de la paz, que supere y rechace el nacionalismo no incluyente.
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