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¿Qué entendemos por movimiento social? un agente colectivo que interviene en el proceso de transformación social (promoviendo cambios, u oponiéndose a ellos)” algunos acentúan el papel del conflicto social y de la función expresiva de los movimientos sociales:
Un movimiento social es una forma de acción colectiva, y la existencia de una acción colectiva implica la preexistencia de un conflicto, de una tensión que trata de resolver –haciéndole visible, dándole dimensiones- esa acción colectiva.
Si un grupo de interés se mueve en el terreno de la cooperación y un partido compite por el poder, la estrategia prioritaria de un movimiento social es la del conflicto. Un conflicto ide identidad y un conflicto con el poder político.
Un movimiento busca y practica una identidad colectiva, es decir un movimiento supone que determinada gente quiere vivir conjuntamente una distinta forma de ver, estar y actuar en el mundo. Un movimiento social no puede ser –no es- una oficina donde la gente arregla sus problemas individuales. Debe existir un mínimo de compartir un sentido, una común forma de interpretar y vivir la realidad con la gente concreta.
En la perspectiva que nos interesa, consideraremos aquí a los movimientos sociales que tienen como horizonte una sociedad más justa (movimiento obrero, feminista, ecologista, de solidaridad internacional, pacifista, antirracista, etc), no aquellos que podrían incluirse en la definición pero que se orientan en una dirección contraria o ambigua.
Al analizar los movimientos sociales externamente, encontramos una visión que liga la acción social (de protesta, de reivindicación, etc.) a la existencia de `realidades objetivas´ de carácter negativo o limitante: revueltas por subidas de precios de alimentos básicos, movilizaciones por mejora de salarios, etc. Nadie duda de que la `realidad externa´ influye en la acción social, pero también resulta evidente que similares condiciones no siempre producen respuestas similares. En este sentido, frente a interpretaciones que sólo se fijan en lo estructural, ciertas corrientes de análisis del movimiento social han hecho hincapié en la importancia de la percepción subjetiva por parte de los actores sociales: entre la realidad y la acción "median las personas y los significados subjetivos que atribuyen a sus circunstancias". Teniendo en cuenta la relación incluso negativa que a veces se da entre condiciones estructurales adversas y protesta, desde las teorías de construcción social de la protesta, se dice que "no se puede prescindir de esas situaciones negativas, aunque, eso sí, sólo serán relevantes si el sujeto las percibe o interpreta como tales"; por eso las injusticias, por sí mismas, no son suficientes para generar las protestas, sino que "tiene que existir una conciencia de esas situaciones y un discurso social o una interpretación que los relacione con determinadas políticas ejercidas desde el poder". Añadiríamos además que la percepción de injusticia no es sólo algo intelectual, sino que "implica una carencia cargada de emoción". Quizá excediéndose en cuanto a la minusvaloración de lo estructural, plantearíamos sin embargo el interesante reto de superar el legado dualista del XIX (estructuras frente a representaciones, sistemas frente a actores sociales): "Es necesario volver a plantearse la acción social a partir del proceso por el cual su significado se construye en la interacción social. Son los actores sociales quienes producen el sentido de sus actos a través de las relaciones que entablan entre ellos".
Pero los movimientos sociales no han de verse sólo como ejecutores de acciones sociales más o menos visibles, sino que, por su propia orientación y dinámica, se constituyen en espacios de socialización con características particulares una "socialización antagonista":
Los movimientos sociales son expresiones colectivas de una voluntad consciente de intervenir en el proceso de cambio social. Voluntad ésta expresada por colectivos e individuos situados en una posición subalterna respecto al poder hegemónico –económico, político y/o cultural–, cuyo espacio de actuación preferido –pero no exclusivo– como lugar de socialización y de representación es la calle; esto es, el ámbito extrainstitucional.
A partir de estas dos referencias, los movimientos sociales alternativos podrán caracterizarse como espacios de socialización antagonista, donde va conformándose, mediante la solidaridad colectiva, la identidad de nuevos contrapúblicos subalternos, definidos por el uso del “poder de la calle” para “tomar la palabra”.
Otros defienden la necesidad de producir identidad colectiva y comunicación: frente al encajonamiento en los `microcosmos personales´ que produce el capitalismo, “está la necesidad de ir a refundar una elaboración, al menos alusiva, de una dimensión colectiva; producir identidad colectiva, producir `comunicación´, significa producir las condiciones de la resistencia, de la crítica radical e inmanente
Un movimiento social es una forma de acción colectiva, y la existencia de una acción colectiva implica la preexistencia de un conflicto, de una tensión que trata de resolver –haciéndole visible, dándole dimensiones- esa acción colectiva.
Si un grupo de interés se mueve en el terreno de la cooperación y un partido compite por el poder, la estrategia prioritaria de un movimiento social es la del conflicto. Un conflicto ide identidad y un conflicto con el poder político.
Un movimiento busca y practica una identidad colectiva, es decir un movimiento supone que determinada gente quiere vivir conjuntamente una distinta forma de ver, estar y actuar en el mundo. Un movimiento social no puede ser –no es- una oficina donde la gente arregla sus problemas individuales. Debe existir un mínimo de compartir un sentido, una común forma de interpretar y vivir la realidad con la gente concreta.
En la perspectiva que nos interesa, consideraremos aquí a los movimientos sociales que tienen como horizonte una sociedad más justa (movimiento obrero, feminista, ecologista, de solidaridad internacional, pacifista, antirracista, etc), no aquellos que podrían incluirse en la definición pero que se orientan en una dirección contraria o ambigua.
Al analizar los movimientos sociales externamente, encontramos una visión que liga la acción social (de protesta, de reivindicación, etc.) a la existencia de `realidades objetivas´ de carácter negativo o limitante: revueltas por subidas de precios de alimentos básicos, movilizaciones por mejora de salarios, etc. Nadie duda de que la `realidad externa´ influye en la acción social, pero también resulta evidente que similares condiciones no siempre producen respuestas similares. En este sentido, frente a interpretaciones que sólo se fijan en lo estructural, ciertas corrientes de análisis del movimiento social han hecho hincapié en la importancia de la percepción subjetiva por parte de los actores sociales: entre la realidad y la acción "median las personas y los significados subjetivos que atribuyen a sus circunstancias". Teniendo en cuenta la relación incluso negativa que a veces se da entre condiciones estructurales adversas y protesta, desde las teorías de construcción social de la protesta, se dice que "no se puede prescindir de esas situaciones negativas, aunque, eso sí, sólo serán relevantes si el sujeto las percibe o interpreta como tales"; por eso las injusticias, por sí mismas, no son suficientes para generar las protestas, sino que "tiene que existir una conciencia de esas situaciones y un discurso social o una interpretación que los relacione con determinadas políticas ejercidas desde el poder". Añadiríamos además que la percepción de injusticia no es sólo algo intelectual, sino que "implica una carencia cargada de emoción". Quizá excediéndose en cuanto a la minusvaloración de lo estructural, plantearíamos sin embargo el interesante reto de superar el legado dualista del XIX (estructuras frente a representaciones, sistemas frente a actores sociales): "Es necesario volver a plantearse la acción social a partir del proceso por el cual su significado se construye en la interacción social. Son los actores sociales quienes producen el sentido de sus actos a través de las relaciones que entablan entre ellos".
Pero los movimientos sociales no han de verse sólo como ejecutores de acciones sociales más o menos visibles, sino que, por su propia orientación y dinámica, se constituyen en espacios de socialización con características particulares una "socialización antagonista":
Los movimientos sociales son expresiones colectivas de una voluntad consciente de intervenir en el proceso de cambio social. Voluntad ésta expresada por colectivos e individuos situados en una posición subalterna respecto al poder hegemónico –económico, político y/o cultural–, cuyo espacio de actuación preferido –pero no exclusivo– como lugar de socialización y de representación es la calle; esto es, el ámbito extrainstitucional.
A partir de estas dos referencias, los movimientos sociales alternativos podrán caracterizarse como espacios de socialización antagonista, donde va conformándose, mediante la solidaridad colectiva, la identidad de nuevos contrapúblicos subalternos, definidos por el uso del “poder de la calle” para “tomar la palabra”.
Otros defienden la necesidad de producir identidad colectiva y comunicación: frente al encajonamiento en los `microcosmos personales´ que produce el capitalismo, “está la necesidad de ir a refundar una elaboración, al menos alusiva, de una dimensión colectiva; producir identidad colectiva, producir `comunicación´, significa producir las condiciones de la resistencia, de la crítica radical e inmanente
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Los objetivos de los movimientos sociales es lograr dar a mostrar las necesidades sociales y obtener un cambio y respuesta positiva.
Por ejemplo, la revolución urbana se puede considerar un movimiento social.
La revolución urbana es un termino que sirve para designar a todos aquellos procesos que ocurrieron en la expansión de las sociedades y en su desarrollo en general.
Este tipo de revolución nos habla de cómo nacieron las ciudades, cómo se expandieron y el por qué de lo mismo. En general, es el termino para designar y explicar el desarrollo y crecimiento de las ciudades como sociedad.
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