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Usualmente cuando hablamos sobre los aspectos económicos de la Ciudad de México lo que terminamos discutiendo es el dominio de su sector servicios, su fortaleza como capital financiera del país y de la región, sus niveles de productividad (en promedio más altos que el resto del país) o su también más alto nivel de ingresos. Poca atención prestamos a la Ciudad de México cuando se trata de otros problemas inherentes a su economía, como lo son sus niveles de desigualdad y de pobreza.
Dentro de las medidas tradicionales de desigualdad, como el coeficiente de Gini u otras mediciones como la tasa de extracción de la desigualdad, la Ciudad de México parece estar en el promedio del país, aunque en parte esto podría ser explicado por la subestimación de la enorme cantidad de capital y de riqueza que se concentra en ella: es por mucho la entidad federativa con la mayor disponibilidad de activos financieros, mayor concentración de actividad financiera y con uno de los más caros (sino es que el más) mercados inmobiliarios del país. No obstante, es posible encontrar dentro de ella grandes contrastes entre los que tienen todo y quienes tienen nada.
Si seguimos las principales calles y avenidas de la Ciudad de México es fácil encontrar esos contrastes. Si vemos los casi 30 kilómetros de la Avenida de los Insurgentes que atraviesa la ciudad de norte a sur, o Viaducto que la atraviesa de oriente a poniente, la Calzada de Tlalpan de centro a sur o el Circuito Interior, encontramos gran disparidad entre los ingresos de las personas, su riqueza, la calidad de infraestructura. El contraste entre los niveles de desarrollo en la ciudad es muy grande, la brecha en el acceso de oportunidades entre aquellos que viven o trabajan en delegaciones como Milpa Alta y aquellos que lo hacen en Miguel Hidalgo es un buen retrato de la desigualdad que en promedio recorre todo el país.
Por ejemplo, si observamos la dispersión en los niveles del índice de Desarrollo de las colonias de la Ciudad de México1 —cuyos componentes ponderan variables como acceso a seguridad social y salud, calidad de la vivienda, rezago educativo, adecuación sanitaria y energética— observamos con facilidad que mientras algunas delegaciones como Benito Juárez tienen niveles muy elevados, con ninguna colonia por debajo del valor de 0.9 en una escala de 0 a 1, también otras como Milpa Alta se encuentran en una media de 0.63. Es decir, en la Ciudad de México, la capital del país, la entidad con el nivel de desarrollo más elevado del país existen poblaciones que no tienen los bienes y servicios públicos indispensables para una vida digna.
El contraste entre las delegaciones de la Ciudad de México es enorme, existen delegaciones vistas por su nivel de desarrollo con poca dispersión y un nivel de desarrollo elevado como Benito Juárez o Cuauhtémoc, otras con poca dispersión pero un nivel de desarrollo muy bajo como Milpa Alta, y la gran mayoría en las que la desigualdad entre colonias a su interior es muy grande. El mejor ejemplo de estas últimas son las delegaciones de Iztapalapa, Gustavo A. Madero, Álvaro Obregón y Tlalpan.
La desigualdad en niveles de desarrollo es evidente a un nivel geográfico. Conforme se tiene mejor infraestructura de transporte, de servicios, observamos mayor desarrollo. Las partes de la ciudad más alejadas de su centro, más alejadas de sus puntos de conectividad, tienen peores. Esta misma tendencia está presente cuando observamos los salarios de los trabajadores. La Ciudad de México es hogar, en promedio, de los salarios más altos del país, parte de ello producto de que la ciudad tiene los mayores índices de productividad y la mayor concentración de capital humano; sin embargo, también la distribución de estos salarios tiene fuertes diferencias dependiendo de en qué parte de la ciudad se encuentre ese empleo.
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