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La publicidad es una manifestación comunicativa perfectamente integrada en el ámbito de la cultura y las valoraciones sociales. Los anuncios construyen su propia realidad y esa realidad articula sus propias reglas, como un mecanismo creador de cultura que rodea al individuo en su día a día, fascinándolo e inculcándole unas pautas de comportamiento vinculadas al uso de los productos que muestra y a los universos simbólicos asociados en torno a ellos. La publicidad recrea el mundo, crea su simulación ideal donde el producto adquiere el estatus de héroe.
El continuo desarrollo de la publicidad en los medios de comunicación (especialmente la televisión, por ser el de mayor penetración social) tiene su explicación en la necesidad de la Industria de fabricar una ideología del consumidor y promocionar sus valores materialistas. Una economía que se apoya en un público comprador en constante expansión y que ofrece unas facilidades de crédito casi universales, necesita constantemente nuevos métodos para dirigir a las personas hacia el camino del consumo, presentando siempre nuevos productos y animándolos a comprarlos. De ahí la fusión entre la industria publicitaria, la televisiva y la del espectáculo en la era digital, que ha propiciado la integración de las marcas comerciales en la ficción audiovisual (el product o brand placement). “El entertainment marketing representa la comunión de la industria de la mercadotecnia con la industria del entretenimiento; la integración de la marca en el guión y del negocio en el arte”. (Del Pino y Olivares, 2006: 17)